Bajaban la calle, Trufita y Caramelo, comiéndose a consejos,
ella vestía de azul, descalza, con las sandalias en sus manos, llevaba el pelo
recogido con un palillo chino de plata, y sobre los hombros, aparte de mil
granos de azúcar moreno, le rozaban cabellos que se escapaban de la presión en
busca de libertad.
Él, llevaba su camisa blanca, había sido esta el camisón
alguna noche, de ella, pantalón tostado y zapatos tan cerrados como lo fue su
vida antes de conocer que sin duda, existe más de un camino.
El cielo se prestaba a peticiones de deseos, cada vez que se
recordaba los millones de estrellas fugaces que se dejaron caer en el mar, la
luna no hacía más que brillar,
alumbrando el destino de ambos personajes, tan lejos uno del otro, como
lo están la el amanecer temprano y la hora de preparar el desayuno.
Al llegar al puerto de sueños, se sentaron sobre el suelo,
decidieron que llegó la hora de poner sus almas al descubierto y fue entonces,
cuando por la puerta, que al abrir, le recuerda el tejido al ser humano, del
que se le trenzan la vida, la existencia y la alegría de saber que se está en
el lugar en el que se debe dejarse caer, sonriendo, sin miedo, con los brazos
abiertos y sin adivinar, qué será el siguiente paso, hacia dónde nos llevará.
Y el norte se les perdió en mitad de los dos, en forma de
caricias que se extrañan y se piden como bendiciones, de ilusiones revoltosas,
de recuerdos infantiles, de vivas sensaciones que se escondieron.
Ninguno de ellos era consciente de que al marcharse, les
dejaría en brazos de una larga y pesada incertidumbre, que juntos, y como en un
juego, debían resolver, tarde o temprano.
Con el paso del tiempo, sin caer en la tentación del olvido,
llegaron a la conclusión, de que, el día que el norte de ambos, decidió
escaparse de sus vidas, fue para que juntos, pero en la distancia, se dieran
cuenta de lo mucho que se amaban, de que siempre fueron, incluso antes de
existir y lo más importante, cuando cada uno de ellos fue en busca de aquel
punto cardinal, por separado, se dieron cuenta, de que sus almas estaban
tendidas al sol y a la luz, todo es tan claro, como cierto. Entonces, el norte
regresó a sus vidas y el resto de los días que quedaron por probar lo hicieron
juntos, tan cerca como el latido y el órgano que lo crea, como la sal y la
humedad de un beso …
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