domingo, 25 de enero de 2015

"MUDITO CORAZÓN DE LEÓN"


"MUDITO, CORAZÓN DE LEÓN"

30 de abril de 2012 a la(s) 23:38

Al margen del mundo,

 en una habitación de paredes de papel del color de la vainilla,

imagina Mudito, Corazón de León.

Inventa viajes en aviones de papel que vuelan como las gaviotas,

 caza caramelos cuando nadie le ve

 y duerme con tabletas de chocolate debajo de la almohada.

Mudito mira sorprendido a los mayores y no les entiende,

le gusta que le sonrían, pero tan solo un ratito,

 que no le invadan su rincón favorito,

 hecho de pilares de plastilina

 y con techo del cartón de la caja de zapatos de papá.

Cuando sea mayor quiere ser explorador,

 pintar mariposas en un lienzo de papel de arroz

 encontrar tesoros debajo de los ladrillos,

investigar cuerpos de princesas prometidas.

En su espalda lleva un saco que mamá le cosió de noche

cuando todos duermen y sueñan con un mundo mejor

y guarda en él un arco y unas flechas,

un cuaderno donde colorear sus sueños

y palabras que se quedan a mitad del camino.

Le gusta subirse a los árboles a mirar al cielo

y ver el tamaño de las cosas chiquititas,

que cree que le caben en la palma de su mano.

Le gustan los juegos de acertar

pensar que la luna es de queso

y algún día se la comerá entre el pan;

 cuando las nubes grises rompen a llorar

sale a oler las gotas que derraman,

 cayendo sobre su pequeña nariz

le gusta bebérselas y las cosquillas

que le hacen en las mejillas.

Mudito cree que el miedo no asusta

cuando salen las estrellas a brillar

y con su espada de madera

le gusta salir en busca de dragones

y personajes de cuentos malvados.

A sus pies tiene un camino lleno de maravillas,

el mundo entero en las palmas de sus manos

y vive rodeado de la fortaleza de un castillo

que está siempre en el aire,

esperando que suba algún día a jugar.

Sabe que el color  del cielo es para siempre

que algunas noches la luna no se refleja

en el estanque que hay sobre los pies de su cama,

que en primavera, las golondrinas, cada mañana

se sientan en el alfeizar de la ventana

 hasta verlo salir de la cama con colchón de plumas

 en el que tanto le gusta saltar

para colgarse la cartera del cole

 y emprender la aventura apropiada de su edad.

Cuando termina la primavera y él lo sabe,

se siente feliz porque irá a visitar a su mar

como cada verano y jugará con la princesa del instante

del color del azucar moreno con alma de gelatina,

que sólo habita en su mente para que nadie la pueda tocar,

la guarda entre sus manos y la esconde en la caja de zapatos de papá

con la que fabricó un techo muy alto y cada noche antes de dormir

la pone sobre su almohada para que lo proteja

de los monstruos imaginarios que viven en peceras.

Mudito es pasajero del tiempo sin cinturón de seguridad

sin piedras en los bolsillos, sin cordones en los zapatos,

pero cuando sea mayor vivirá en la torre del castillo

que flotaba en el aire mirando desde lo alto

el tesoro de su niñez reflejado en el estanque

 que hay a los pies de su cama,

por el que nada en busca del instante que le da la vida y le recuerda

que siempre se esconde Mudito Corazón de León

en la profundidad de su interior  junto al sonido del cascabel


 Mayte Pérez (Cuando te encontré en el espacio)

sábado, 24 de enero de 2015

EL GIGANTE EMOCIONAL
Me subí sobre la esponja de un sueño, tan suave como las nubes de mi cielo transparente y mientras paseaba de puntillas sobre las olas del mar encontré la caja de Pandora, en manos de un gigante de gelatina que dormía como cuando eres niño y tienes una espada de madera , un caballo de cartón y el escudo del cariño de una madre que daría de nuevo su vida por ti si volvieras a nacer de entre sus entrañas.

Quise despertarle y pedirle compartir aquel artículo conmigo donde dicen que salen de él tempestades al abrir sus puertas, me miré en sus pupilas de la transparencia del ámbar y entré sin querer al interior de su alma oscura rodeada de murallas y fronteras. Sin duda me estaba ahogando en aquel mar sin fondo, no había latido al que subirse y hacer frente a la altura de las olas que me envolvían entre sus pensamientos y deseos tan puros como la primera piel.

El pigmento de mis cabellos fue a parar entre sus dedos, al rescatarme de su propio infierno aquel gigante de gelatina y fui a descansar a la playa donde nací para convertirme en lo que ahora soy. Sentí su aliento y que despertaba de aquel trágico instante con la frescura de una lágrima suya y una palabra que todavía llevo tras mi oreja prendida, “camino”…Me dio la oportunidad de volver a ver la luz del sol y escuchar el silencio de la gloria, probar, de nuevo  el sabor de la paz.

Salí de su mundo y me pidió construirle un camino paralelo y distinto al que, cada día, él había construido; me pidió agua dulce que beber , más que bendita, un diccionario de palabras ajenas a su mundo y tan mías como la sangre dulce que fluye por mis venas, un mapa de sentimientos y emociones,  el pañuelo de seda carmesí que protegía mi cuello, para, con su ayuda, atarse a mis tobillos y volar tan alto como cuando soy dueña de la locura con la que pinto las paredes de un hogar sin puertas ni tejado en el que vivo.

Al llegar a la cima más alta del mundo, abrió sus brazos, tendió toda su esencia a la vista del inmenso cielo color azul marino, sintió la primera brisa como la caricia de la suavidad de aquella piel que tantas veces quiso dibujar y mató al hacerlo, al querer darle forma a lo que no la tiene y solo se prueba cuando callas y subes despacito sobre  la punta del sabor de un beso infinito y tan tierno como un brote vegetal con ansias de salir de la madre tierra.

Después de aquel momento miró al valle color esperanza que se abrochaba al abrigo de aquella montaña en la que estaba subido y recordó de los dulces sueños de papel, de la delicia entre sus brazos, de la lluvia de gotas de agua de rosas, de las teclas de un piano de regaliz, del naufragio y la sirena que le arrastró de nuevo a las raíces de existir, de cuando alquilaban princesas en el cielo, del pequeño mudito y su corazón de león, del sentido de la palabra, del mundo inmenso de una pequeña mariquita y un dinosaurio encantador, de lo que era despertar por un instante tan fugaz cuando una estrella y de tanto recordar se durmió vestido de alegría, de la dicha de haber sido como un manantial de agua fresa y espumosa de inspiración para un loco cascabel que dejó de sonar el día que se cayó de los bolsillos de su camisa de algodón blanco y que él nunca se dio cuenta de que había perdido.

Y al despertar fue a orillas de una playa de harina de maíz donde el mar es de agua dulce, de color turquesa, donde a las olas las doma un ser de piel tostada que se deja llevar por el paso del tiempo, tan feliz como se es al sentir la pegajosa carcajada infantil que decora un universo entero que sería capaz de callar la locura de las batallas en el mundo cuando es cruel y malvado. Y encontró lo que buscaba como caído del cielo un amanecer, lo abrazó tan fuerte como a aquella caja que guardaba entre sus manos y pensó que algún día se abriría y las tempestades le llevarían con él, se encontró más que a sí mismo, encontró que la vida es tan sencilla como una miguita de pan, que hay más en un suspiro que en un millón de cosas, que sin tener nada, era el humano más rico del infinito. Encontró la virginidad de una hoja donde escribir aquellas locuras que vivió cuando guardaba  aquel cascabel junto a su piel y una puerta de dos hojas pintadas de azul, donde al abrirlas le esperaban, más que una vida entera y un sueño fugaz que voló de sus entrañas hasta que él, con sus manos, le diese forma donde, cada noche antes de soñar , apoyarse en un rayo de luz y dormirse con un cuento humano que te devuelve al mundo de la niñez donde todo es y nada imposible se cuelga de las paredes...
Mayte Pérez


jueves, 22 de enero de 2015

NOCHE DE ENERO




Cualquier sonido en mitad de la noche, por pequeño que sea, es capaz de romper el sueño de Lluna.
La abrigan  esa noche, las sábanas de algodón color beige que bordó su abuela con sus iniciales.
En el momento en que la niña abre los ojos, ha sido el sonido de la puerta principal, al salir su padre de madrugada camino al trabajo, lo que ha hecho que su corazón lata más rápido.

Con tan sólo cinco años es capaz de imaginar como cuando se es mayor y se tienen ganas de escapar de la pesada realidad, cerrando los ojos y manteniéndose al margen del sufrimiento en mayúscula.
 Le gusta que haya luz en la casa cuando va de camino a la cocina, para después meterse en la cama de su madre, abrazarse a su cintura y dormirse acariciándole los largos y esponjosos cabellos cobrizos perfumados con esencia de violeta. Pero al abrir la puerta de la habitación de Ángela, la cama está hecha, la ventana abierta, razón que hace a Lluna salir a la habitación empapelada donde su madre pasa la mayor parte del día e ir en su busca.

Antes de adentrarse en el largo pasillo, visita la habitación de su hermano mayor, le gusta mirarlo mientras duerme y tocarle la cara, entra, además a ver a Teresa que habla mientras sueña y es la mujer que mejor prepara las torrijas con canela y la cebada para beber los domingos por la mañana.

Al llegar frente a la puerta de la habitación donde está Ángela, se da cuenta que no está cerrada del todo, acaba de recordar que va descalza, se asusta, pero no decide ir a su habitación en busca de las zapatillas rojas, se queda apoyada en la pared y mira la silueta de su madre, los hombros, el cabello recogido con la cinta que utiliza para coser.
A la oscuridad de la habitación la ampara la luz de la bombilla del flexo que hay cerca de la máquina de coser.
A Lluna nunca la deja de sorprender su madre y aprovechando que la luz del amanecer entra por el ventanal, apoya su cabeza en las palmas de sus manos y se deja llevar por el olor de las telas de colores que hay en la silla de madera, por la forma del papel que le recuerda a la piel de la cebolla, con el que tantas veces juega con su hermano, por el color de los hilos que van cayendo al suelo y le parecen las plumas de las gallinas, haciendo el mismo ruido al caer.

Se ha quedado dormida y de repente la despierta la máquina de coser, entra y se sienta detrás de su madre, cuando ésta la ve, deja de dar puntadas en las telas y con un gesto le ofrece subirse a sus rodillas. La niña le pide que siga con su labor con ella entre sus brazos y Ángela, la abraza fuerte y obedece.
Lluna teme que algún día se pinche con la aguja de la máquina, es especial, no es como las otras, esta viene en una cajita azul con tapa transparente; también recuerda cuando su madre le prueba los vestidos en trozos cosidos al papel blanco y pintado con la tiza azul, parecida a la de la pizarra del colegio.

Cuando la habitación está muy iluminada, su madre enciende la radio bajita y poco después, va llamando a su hermano, pero como hoy es sábado, se irá al mercado con ella y Teresa.
Teresa ha salido a buscar leña para poner a arder y al dejar la puerta abierta, Yuca, la perra de Lluna, ha entrado en la casa a buscarla y a que con sus deditos le rasque el lomo. La niña se pone contenta y abre los brazos, saca a la perra al jardín y Teresa la coge de la oreja porque va descalza, la lleva a la habitación, cogen sus zapatillas y en la cocina, ella, la niña y Ángela, desayunan todo el inmenso cariño que habita en aquella enorme casa blanca con ventanas y puertas color azul cobalto, que su padre mandó construir cuando Lluna vivía en el vientre de su madre y son muy felices aquellos tres personajes.
La mañana es tan fría para Lluna, como los pies de Teresa por las noches de invierno, la niña no deja de hablar y de pedir cosas a Ángela, se teme lo peor, ir andando hasta el mercado por el camino de los girasoles.
Al salir de la casa se moja las pequeñas manos con el rocío que cubre al césped y va corriendo hasta las cuadras a ver al caballo de su hermano, le gustaría verlo dormir boca arriba y piensa que algún día lo verá, mientras lo mira le da un par de terrones de azúcar que su madre siempre guarda en un bote sobre el alfeizar de los ventanales.
Yuca da vueltas a su alrededor y su madre le levanta la voz, le dice que tenga cuidado de no caer al suelo y mancharse, cuando su madre se pone así, le recuerda a Giordana, su tía, la mujer del hermano de su padre, Tomás y las palabras de Alejandro, su padre cuando dice algo así como que le falta corazón, la llama la mujer de acero inoxidable.

Al cerrar la valla del jardín de la casa, escucha el sonido del coche azul de su tío favorito, éste baja la ventanilla y se asoma en busca de Lluna, la niña se sorprende al verle esa sonrisa y espera que baje del coche y la suba a sus hombros.
Tomás es periodista y vive en el pueblo, cerca de la plaza mayor, le gusta jugar al tenis y el cine, siempre que puede lleva a Lluna, su hermano y sus tres primos, Miguel, Elisa y Pablo a ver alguna película y algunas tardes de verano, monta un proyector en la sala grande de la casa.

Esas tardes son inolvidables para ella, su madre prepara buñuelos y chocolate blanco con canela. Mientras ven todos una película de dibujos animados, Tomás y Ángela se quedan en la piscina hablando de sus cosas hasta que llega Giordana a recogerlos, entonces ella entra saluda a mamá y se la escucha desde la entrada llamar a sus primos.
A Lluna le sorprende que sea una mujer que no le gusten los besos ni los abrazos y que Tomás los busca en sus padres, sobre todo en Ángela que siempre tiene un millón de besos dulces que ofrecer, como los cuentos que escribe para antes de dormir y nunca le faltan abrazos.
Cuando entran al coche, Teresa y ella se sientan detrás, su madre junto a su tío; Lluna le coje la mano y al darle vueltas a la alianza que lleva empieza a recordar los instantes de juegos con Elisa, piensa en Giordana y en cuando riñe a su prima, sobre todo cuando van a visitarlos a casa y se quedan en el jardín.
Elisa tiene los cabellos como el sol y en verano se le vuelven transparentes. A Lluna le gustaría ser rubia como ella, tener el pelo liso y no rizado, también le gustan los ojos azules de su madre, le recuerdan al mar y a las vacaciones de verano en Mallorca, donde viven sus abuelos maternos...


Mayte Pérez


domingo, 11 de enero de 2015

DE LA REALIDAD DE MIS SUEÑOS

Más que una eternidad, 
tejiendo tus sueños de papel
y anoche supe tu nombre.

Más allá siempre de tus deseos,
tan cerca de ti y tan pequeña
mientras nadaba  en la
miel de tus pupilas.

Más de una mañana,
despertando con el primer rayo de luz,
que me servías sobre la dulzura
del algodón de tus retales.

Más que caminar por la misma senda que la tuya,
caminé a tu lado, contigo,
mirando al infinito horizonte,
perdiendo de vista a un sabio pasado,
del que me vestí para alcanzar tus pasos.

Más que pensar, decidí
mirando como caía la arena
al fondo de un reloj al girarlo,
y  al cerrar los ojos me encontré en tu playa, la mía.

Más que un instante, 
más que haber existido unos meses
surcando por mis entrañas,
para después salir sin saber si volvería a verte sonreír ,
y fue entonces cuando supe cuánto te quise ahora.

Mayte Pérez 


sábado, 3 de enero de 2015


Incluso ahora,
que di la espalda a mis pecados,
sigues dejando caer sobre mi alma,
las deudas que tengo pendiente contigo.

Que de tu boca salgan antojos terrenales,
que como fiel seguidor de tus instintos,
seré yo quien haga que tengas sobre tu pecho
a aquellos sueños que una vez me pediste al oído.

Que dibujes sobre el polvo que cubre mi cama,
desde que no estás conmigo,
todo aquello que esperas,
bajaré hasta el centro de la tierra
en busca de telas de seda que te protejan
de volver a querer salir hacia otros desiertos donde perderte sin mí.

Que de tantas noches que pasé contigo,
no encuentro lugar en el que estés,
no siento tu esencia,
ni tan siquiera cuando estoy con la sombra que finge ser tus caderas,
no hay sitio donde respirar si no siento la brisa
de tus pestañas cercana a mi cuello.

Que si decides salir a mi encuentro, poetisa perdida
jugaré hasta el final y dejaré que duermas
sobre cada página en blanco,
para que estando a mi lado,
vuelvas a escribir nuestro destino,
utilices mi alma y la puedas vender,
para comprar aquello que no supe darte,
porque no existe nadie que se anticipe a todo lo que tú eres,
porque eres aquel lugar preferido donde un sediento quiere llegar
y recrearse entre tanta dulzura como un instante en que probé de tu piel
y ya no quise buscar más ventanas,
 ni más puertas que conducen a caminos alternativos

Porque desde que te encontré nunca supe cuánto te quise,
hasta que saliste de mis fronteras para volverte sólida y permeable a mis ruegos de mendigo.


(Anómino)

DÍAS DEL COLOR DEL PÉTALO

Dile a la temprana mañana que alumbre con mil rayos de sol,
despuntados al alba,
 a las horas del día.

Dile que antes del anaranjado ocaso,
existen deliciosos instantes que vivir con el alma abierta,
que el día sea testigo silencioso y sonría la vida cuando se cumplan sueños,
cuando se descubran triunfos de planes trazados hechos a medida,
pactados entre noches de vino blanco espumoso y pétalos de rosas frescos.

Dile a la mañana que he escrito días enteros para ti,
a la tarde,
 que cada vez que despedía al sol,
he bajado los párpados,
deseando unir con el puente de tus brazos,
a la inmensa distancia que hace que siga queriendo alcanzar
las orillas de tu piel tibia que tantas veces abrigó en consejos,
los llantos de mi ser cuando clamaban al cielo que derramara
lluvia dulce que cambiar por la sal de la tierra.

Dile al anochecer,
que espero siempre tendida a la luz de la luna,
que vengan,
la dulzura de tus palabras,
la caricia de su locura infinita
y un relato que escribió para mí
y sigue bajo la cama donde sueña,
esperando que lo abras
y lo lea descansando en mi espalda.

Dile que sigo apoyada
sobre el puente de sus pies,
que sigo pensando en pintar de azul,
de ese color del que una vez fueron aquellas pupilas
en las que tanto me vi reflejada;
que sigo creyendo en vencer la batalla
que surgió de las entrañas de la tierra
y momento a momento,
sigo librando cada amanecer,
en cada puesta de sol,
al despedir la luz del día
cuando la noche esconde al rayo de luz
que ilumina la senda del poeta
por la que ando despierta,
a veces dormida y soñando siempre,
con un mundo de papel,
que surcar como un mar calmado,
sobre un barco de papel
 y que alcance a la palma de tus manos,
para sobre ellas,
inventar un camino con vistas a un horizonte,
un pasado del que aprender,
un presente que no se escape tan fugaz
y un futuro tan inmediato,
como el trago de la saliva que resbala por la garganta.

Dile que una vez fue,
que ahora sigue siendo
y que mañana siempre será,
mientras siga siendo dueña de un soplo de aliento de vida,
dile que le puse su nombre a un deseo.

Mayte Pérez





jueves, 1 de enero de 2015


"LA REGADERA DEL ESTE, MARTINA, Y EL DINOSAURIO"

(13 de septiembre de 2011 a la(s) 23:05)
Había una vez una regadera al este de un inmenso jardín con vistas a la deriva del mundo, azotada por el soplo del viento otoñal y recalentada en la época estival por la caricia de los rayos del sol.
Allí olvidada, pasaba sus horas soñando que algún día se podría marchar al otro lado del césped, esperando que uno de los habitantes de entre la hierba le regalase su compañía.
Era del color de la flor del iris y su alcachofa de un verde pastel, se hubiese podido decir de ella que era perfecta, pero, había un detalle que la hacía diferente del resto de las demás regaderas, tenía un pequeño agujero.
Bendito agujero que gracias a él y dándole la bienvenida, una pequeña mariquita se coló en el espacio malva y es aquí donde comenzó la vida de aquel lastimado recipiente de plástico a tener sentido emocional.
Fue una tarde estival, cuando se dio cuenta de que alguien habitaba en sus adentros, notaba vibraciones, cosquillas, rarezas, pasos de baile; prefirió callar y observar qué sucedería con el pequeño ser de caparazón bermellón y puntos del color de la regaliz.
Para nuestra anfitriona era un placer que aquel insignificante bicho habitase su espacio interior, los días se multiplicaban, las estaciones del año parecían sólo una, primavera, o dos, como mucho, primavera y verano.
Cada mañana observaba marchar a Martina, con alegres cánticos y una sonrisa cargada en su caparazón de un par de alas, la alegre mariquita, se perfumaba con el agua del rocío de la mañana, calzaba tacones de charol, usaba lentes para el sol sin cristales, pues  las pestañas del encantador animalito los atravesaría y fumando cigarrillos de hierba del sur del jardín, que ponía a secar durante horas, pasaba tardes enteras mirando al cielo soñando con ser bailarina.
La vida en común de ambas seguía un curso muy tranquilo, cuando de repente, una noche de luna llena, escuchó llorar a Martina y dar puntapiés a las pequeñas piedras del jardín con sus tacones de charol, se repetía una y un millón de veces que aprendería a dar pasos de baile; daba vueltas en círculo con aspavientos, enfados, reproches, hasta que de tanto llorar le llegó un mar de calma, quedándose plácidamente dormida sobre una hoja de roble y un puñadito de agujas del pino que impregnaba de resina a nuestra regadera.
La mañana se rendía a sus lamentos, como nunca sucedió, esperando que despertara Martina y poderle demostrar de la pasta que estaba hecha, un rayo de sol acarició su pobre y tímido rostro y ésta ante tanta luz, abrió sus ojitos y mirando al cielo se puso en pie, se coló por el agujero de la regadera y tras varias horas de embellecimiento, se marchó en busca de sus deseos.
Sus pasos eran firmes, decisivos; del sonido de sus pasos, se encargan los tacones de charol, su mirada triunfante al horizonte y bajo ella, su respingona nariz apuntando al camino de su sueño y nada le iba a impedir volar sobre las puntas de unas zapatillas de ballet, atadas a sus tobillos.
Ya de vuelta al espacio interior de la regadera, sus pasos eran lentos, pesados, silenciosos, es más iba descalza; le acompañaba la tristeza, que salió de entre los matojos y la abrazó sin piedad. El camino se hacía borroso, la vista como entre la niebla, espesa, repleta de lágrimas de cristal de Bohemia; cabizbaja y sin sentido entró en su pasajero hogar, esperando quedarse dormida y olvidar a sus enemigos pensamientos de derrota.
Habrían transcurrido un par de horas, cuando de repente, algo la hizo despertar sobresaltada en la calma y la quietud en que soñaba, miró a lo alto, y observó que los 1973 agujeritos de la alcachofa de la regadera, pues tan sólo uno de ellos estaba ocupado por una criatura que intentaba colarse.
Martina se levantó de repente y echó a correr al jardín guiada por la luz de la luna; ya lejos, desde la parte del oeste pudo ver con claridad a un enorme animal que de mil formas quería adaptarse a un agujero para poder entrar en casa de la mariquita. Viendo ésta la manera en que sufría el intruso, decidió tenderle su mano y ayudarle a bajar de los cielos en los que estaba.
Tras varios intentos ambos quedaron uno frente al otro sin mediar palabra, pero con sonrisas; Martina inició la conversación con una pregunta, asombrada por las medidas de las pezuñas de aquel personaje como salido de un cuento de piedras y comienzo del fuego. Harta de preguntar y no obtener respuesta dio media vuelta y se marchó pensando que aquel animal, aparte de raro era estúpido, éste corrió tras ella y al alcanzarla, con un gesto dulce, cubrió los ojos de la pequeña; fue cuando entendió lo que sucedía, el dinosaurio era mudo, le contó, mediante el pensamiento, como un ladrón de palabras le arrebató la voz para repartirla en partituras y convertirlas en notas musicales, que acudió en respuesta a sus lamentos y que juntos iban a alcanzar la cima una montaña donde probar de los sueños.
Amaneció la mañana y Martina se vistió de princesa para salir con Fortunato al inicio del largo camino de aprendizaje, éste que por sus dimensiones, al no caber en la regadera, durmió bajo el abrigo del roble, nada más verla llegar la acercó a la puerta para que se vistiese de exploradora, tras mucho esfuerzo en convencerla, la encantadora mariquita, aceptó la propuesta, cambió sus tacones por botas, se desembelleció y regalándose una sonrisa mutuamente emprendieron lo que después sería "la senda de los sueños que se pueden alcanzar si uno quiere".
Les acompañaba el brillo del sol, el canto de las aves, el cielo se presentaba de un azul intenso, el aire les acariciaba y las horas volaban entre el particular lenguaje ausente de palabras acústicas del par de seres extraños, uno de ellos aprendiz, el otro interpretaba el papel de maestro.
Fortunato, daba lecciones de cómo comerse al mundo en pequeñas cantidades, cambiar una lágrima por un par de sonrisas y una docena de recuerdos de corazón, de esos que abren puertas de castillos; de cómo saltar de alegría en cualquier momento, ante una simple pero intensa sorpresa, hacer amigos en lugares extraños sin miedo a nada.
Tras varias horas de comprensión, Martina le preguntó que quién era, que cómo sabía de sus reproches, sus lamentos, sus inicios, sus tropiezos; éste dirigió la mirada al fondo de la suya y le dijo, que era quien ella quisiera, era su presencia, lo dulce de un sueño, el eco de la montaña, un millón de estrellas fugaces..." Antes de tu primera respiración yo era quien cuidaría de ti, soy el que escucha tus pensamientos disfrazados de tristeza, acudo a calmarte allí donde estés a pesar de la distancia, quien da sentido a tu vida, quien te recuerda que cada día es único y te pide que trates a los segundos como a horas, quien te duerme cuanto esa noche tu corazón no cabe en tu cama de agitación, soy la alegría, la paz tumbada en la sombra de tus múltiples dudas, un cariño interminable, una locura que alza tus pies y te empuja a volar, a abrir las ventanas de tu cabecita inquieta de planes".
Al llegar a la sombra del viejo árbol se sentaron a descansar, Martina se rindió y quiso volver y el dinosaurio le contó lo largo que sería su camino de vuelta pues lo andaría sin su compañía, que se encontraría con fieros dragones dueños de fuego y despiadados, pero que de combatir con ellos, les vería desaparecer tal como lo hacen las nubes en el cielo; que antes de marchar pensara en aquello que más deseaba ser, Martina sonrió y los dos a la vez lo pensaron..."ser bailarina"... Y decidió quedarse junto a su gran y encantador amigo.
la noche cubrió el valle entero y Fortunato buscó a Martina para enseñarle la belleza que tantas noches podía contemplar, ella estaba mirándose en el río, soñando con ser grande y pisar los mejores escenarios; tras varias palmadas, el dinosaurio tocó el hombro de la pequeña y le indicó un sendero que llevaba a un lugar donde se vería la magia de las estrellas, la mariquita negaba con la cabeza, se negaba a acompañarle pues estaba demasiado ocupada construyendo su destino; su gran amigo la llevó del dedo gordo del pie, dejándole ver con claridad que iba de camino a aprender una lección.
Martina supo que debía cerrar los ojos y callar por dentro, sus sueños, los escenarios, el color de su ropa, le ocupaban todo su espacio interior; después miraría al cielo y Fortunato le enseñaría de cuanto se perdió por andar tan ocupada inventando largos caminos fugaces como estrellas.
En verdad, nunca imaginó la majestuosidad de aquel cielo visto con el corazón y la mente tan abierta como las alas de una mariposa, aquellos pequeños puntos de luz que alumbraban la oscuridad del momento, el sonido de las luciérnagas que alegraban el silencio. De nuevo los planes cobraban vida y Fortunato le tiraba de la oreja izquierda para que no se aliase con ellos y pudiese seguir disfrutando de la velada que se desplegaba ante ella. Martina sonrió y sintió que desde el interior, mezclado con el silencio su amigo le hacía,  de nuevo comprender lo sencillo de estar en contacto con la naturaleza, con el silencio de aquel instante que le prestaba la vida.
A la luz de la luna sonreía Martina, atendía a cada sonido en el silencio, de puntillas y escuchando los ronquidos de aquel ser de corazón de gelatina que dormía plácidamente; anduvo hasta llegar a orillas del río a meter las plantas de sus pies para calmar los tantos metros recorridos que se sentían en sus patitas sin tacones.
El reflejo del agua del río le devolvía la paz que poco a poco Fortunato le enseñaba a cultivar en silencio, a veces le resultaba complicado leer sus pensamientos y hacía como que le entendía, pero aquel animal de grandes pezuñas sabía cuándo verdaderamente atendía a sus palabras y cuándo andaba perdida por el cielo construyendo teatros a los que acudir a ver princesas vestidas de rosa con brillantes zapatillas y cabellos recogidos en redecillas, puestas de medias de rejilla, dispuestas a dejarla sin palabras ante tanta perfección de baile.
Sin querer y ante tanta quietud le subió de los pies a la mente el pensamiento que tantas paredes de ladrillos le antecedían a sus pasos y una lágrima del tamaño de una avellana, salió de sus ojos, recorrió una de sus mejillas y al caer al suelo, despertó a Fortunato que dormía plácidamente tras haber devorado un festín de frescas hojas de sauce con raíz de jengibre, lo que le despertó no fue el sonido de aquella lágrima al caer, fue el grito del sentimiento de tristeza que en ocasiones se colaba en su imaginación y se convertía en el doble de su tamaño.
Al escuchar la pequeña los pasos del animal encantador, se apresuró a secar sus lágrimas y a calmar los latidos de su corazón ante el sentimiento que le producía el pensar que muchas veces se sentía tan pequeña como una mota de polvo microscópica. Las palabras que le llegaron a su mente fueron: -"pero Martina, ¿cómo puedes pensar que eres pequeña y quién eres para juzgarte a ti misma?, imagina al sol, es grande, redondo, majestuoso, es... el rey, el astro rey, alguna vez en su compañía has jugado y además miles de veces de pequeña, al juego de las sombras..." y al terminar de escuchar las palabras en su cabecita de parte de Fortunato, ella le miró sorprendida y entonces le hizo entender de nuevo.-" Mira, si has podido ponerte delante del sol y cubrirlo sólo un poco, será que no eres tan pequeña, ahora mira tus pies, son más grandes que los de la pequeña ameba, tienes más tamaño que la pulga que vive en el establo cercano a mi hogar". Los ojos de la mariquita se abrían al entender que las palabras formaban parte de una lección que según ella estaba en la certeza de comprender a su modo.
A la mañana siguiente siguieron el camino sin mediar palabras, pues con la complicidad que ambos estaban aprendiendo ya no necesitaban de ellas, lo que existían eran sonrisas y se escuchaban muy lejos. No es que Martina llevara peso con ella, pero eso parecía, Fortunato que era el observador, se percató al ver los pasos cansados que daba la pequeña, -"Deja de mirarme así, que no voy a poder, que no puedo, que quiero volver, que si hablaras sería más sencillo tratar contigo, me aburres, me aburre el modo en que tengo que descifrar tu lenguaje, me siento culpable de tu falta de tono de voz".
-"Pero si llevas un largo tramo, esto es la vida, es caer, es levantarse, es decir que no y realmente eres tú quien levanta esas murallas, primero piensas en ellas, después las construyes con la imaginación y tus pies se cargan de plomo pesado que evita que vuelen tus sueños, no, así no, no se puede llegar así a ningún lugar, es como sentir frío bajo el calor del sol en verano, como ver la oscuridad de la noche en pleno día; pero si quieres marcharte, adelante, márchate; vine a enseñarte a lograr sueños y puedo volverme a mi hogar, al sitio que dejé para estar a tu lado hasta que aprendas, márchate, coge la mano de la cobardía".
Martina caminaba como  por azar, dejándose llevar, dolida, culpable con un saco enorme  de pensamientos acordes a su tristeza que arrastraba en su cabeza y la mirada clavada en la tierra de la polvorienta  senda, no quería abandonar aquel lugar, pero había un batalla entre sus sueños y cada minuto del día que había comenzado; miró a su amigo y le pidió disculpas, regalándole un abrazo y prometiéndole que nunca volvería a dudar. De repente comenzó el aire a soplar, fuerte muy fuerte, fresco muy fresco y con la ayuda de un escudo de madera, abatidos por tanto esfuerzo, por fin y de una vez, llegaron a la montaña prometida.
-Sube, no tengas miedo, sube que la vista desde lo alto es un regalo a tus pies, te sentirás la princesa de un castillo y ya no volverás a sentirte pequeñita y el pequeño ser, subió descalza hasta alcanzar el fin del trayecto.
El aire arriba olía a espliego, albahaca, enebro y canela y la sonrisa que lanzó al mirar al inmenso ser, la hizo darse cuenta del tesoro que escondía aquel momento en que por un agujero de la regadera se coló un personaje que jamás olvidaría y siempre guardaría en uno de sus tacones de charol.
-"¿Lo ves ahora, pequeño personaje testarudo?, creo que ha merecido este viaje y todos los cambios que has tenido que hacer, todo este girar de un lado a otro, tiene su recompensa".
Era un momento especial, era silencio, era paz, eran dudas revueltas entre las piedras que el viento se llevaba para siempre y por ser, era para no olvidarse nunca de él.
De nuevo sentía las palabras en su mente : "Toda tu vida has caminado mirando siempre al futuro, pensando, planeando, creyendo que habían mejores momentos que el instante presente, el mayor de los tesoros, siempre pensando en el color de tus vestidos, el aroma del rocío que perfumaría tu piel, has vivido como dentro de aquella regadera sin darte cuenta que la vida es más de lo que imaginas y sin saber apreciar pequeños detalles que se desvanecen como cuando la brisa sopla al diente de león y ¿sabes Martina, sabes qué hago yo a tu lado?, pues estoy recordando aquello que yo también un día dejé de recordar y este tramo de vida junto a ti me ha enriquecido más que el agua que pueda calmar mi sed; ahora verás la realidad de la vida y no tendrás dificultad para escuchar mis palabras, esas que te ofrezco siempre, pero ahora estarán en tu corazón y no en tu cabeza, porque ahora crees y si crees en mí siempre estaré a tu lado, en silencio y si tú me lo permites".
A la vez que sentía tantas palabras miraba hacia abajo y se daba cuenta de las tantas y tantas cosas que había perdido de encantarse con ellas, miró al cielo y quiso ser como las nubes, buscó la mano de su compañero y cuál fue su sorpresa al ver que se había marchado; lo primero que hizo fue asustarse al pensar en cómo bajaría de aquel sitio tan alto y en tales condiciones, pero no se dejó llevar por la emprendedora sábana del miedo y fue bajando poquito a poco y en pequeños pasos hasta llegar al pie de la montaña.
Unos cuantos días tardó en llegar al jardín donde estaba el interior de la regadera esperándola, al llegar entró rápidamente pensando que Fortunato estaba esperándola, pero no existía más que en su corazón, en sus recuerdos.
Con el paso de los años Martina se convirtió en una famosa bailarina que llenaba los mejores teatros del mundo, sentía la música tan en su interior que se dejaba llevar por ella y al finalizar cada obra, el mundo entero la vestía de sonrisas y del calor del éxito que cuando menos se espera más fuerte se recibe.
Una noche al finalizar una de sus obras alguien tocó a la puerta de su camerino, abrió y entró una preciosa oca con un libro debajo de sus plumas, Martina no entendía nada, cogió aquel libro del color del cielo abrió sus páginas y pudo ver cada una de sus fotos desde el comienzo de sus primeras obras, nunca se preguntó por quién sería fotografiada, en esos momentos solo bailaba el interior de su alma sin más que eso. Había una carta entre las fotografías, la cual decía: "Ahora entenderás qué sentido tuvo que un ladrón robase el sonido de mis palabras para convertirlas en partituras, eran para ti, Martina y no hubo tal ladrón, yo mismo las ofrecí al viento porque algún día serías la única que sentiría la verdadera realidad de su significado. Siempre estaré a tu lado, observándote, sonriendo al verte feliz y agradeciéndote tu ayuda prestada que nunca dejaré de tener presente, aprendí de ti la lección de que a veces las cosas no son lo que parecen, que dos personas pueden tener más en común y ser más semejantes a pesar de sus dimensiones diferentes. Espero que siempre sigas en la cima de la montaña donde yo mismo te llevé de la mano y cuidé de que nada malo te sucediera y que nunca olvides a este animal de enormes pezuñas".


    Mayte Pérez (De quien tanto aprendí y con quien tanto, compartiré siempre)