martes, 15 de septiembre de 2015

MILAGRO FUGAZ ENEQUILIBRIO, EL GUARDIAN DE MARIPOSAS


Caía el peso de la nocturnidad sobre los hombros del guardián de mariposas, en silencio como un susurro entre un escándalo, despacio como se desliza una lágrima sobre la piel.
 Vivía en un castillo sobre el mar, con paredes de mantequilla salada, con ventanas sin cristales, con puertas que según atravesabas, te conducían a espacios tan desconocidos como un futuro que se espera con los ojos vendados.
Dormía en la torre más alta de las cuatro del castillo que acariciaban las nubes celestiales, rodeado de bellas obras esculpidas sobre piedra de jabón y la presencia de más de mil mariposas, a las que protegía de la luz, como a su vida del desamparo emocional, decorando las seis paredes.
Hasta llegar a los pies de su cama y poder caer rendido sobre el colchón relleno de plumas blancas, había que subir 1969 peldaños, todos ellos de madera de haya, esperando sentir el peso tibio de las plantas de sus pies descalzos, pues el suelo era tan delicado como el alma del guardián y antes de cruzar la puerta de entrada, dejaba sus sandalias sobre el alfeizar de la ventana del salón para no lastimarlo.
Se llamaba Milagro Fugaz Enequilibrio, nunca  se supo su edad ni la fecha en que nació, era tan alto como el sol y escondía un corazón en mitad de su pecho con la particularidad de que estaba del revés. Vestía ropa de algodón beige y sandalias hechas con la piel del tulipán, le gustaba la comida dulce, sobre todo cuando la sal de la vida entraba por las ventanas y entonces saboreaba dulzuras contenidas en botes de cristal sin cuchara, las usaba como  a un paraguas para protegerse de la tormenta.
La primera vez que le vio Esperanza de Verano se alejaba de su campo visual, cruzando la plaza del Ángel caído, olía a madreselva y despedía toda esa paz que en algún momento perdemos los humanos y ansiamos recuperar con los brazos abiertos. Quiso ésta seguir sus pasos hasta el final de su camino, lo hizo de puntillas como una ladrona de casualidades que se planearon el día anterior a un plácido sueño.
 Esperanza de Vida no creía en los Milagros y  conocía el castillo sobre el mar donde vivía, desde una tarde que regresaba de pescar remedios para el alma y al volver sobre un barco de papel de arroz integral, vio las ventanas sin cristales y le sorprendió que el calor estival respetase a todas aquellas paredes de mantequilla salada.
Cuando entró en el castillo  Milagro, ella se  dio cuenta que lo hacía sin hacer uso de ningún tipo de llave maestra, simplemente, apoyó su mano y la  abrió sin más, dejó las sandalias sobre la ventana y la puerta abierta, por la que corría la frescura de la brisa marina salada.
De los techos colgaban cristales de colores que al chocar,los  unos contra  los otros, simulaban el sonido de la delgada  lluvia como alfileres sobre un suelo de cristal metalizado. 
Las paredes eran suaves como la primera piel del cuerpo, esa que es rosada, que todavía no ha sido víctima del brillo del sol. Al subir las escaleras de madera hasta la primera planta, encontró una biblioteca y en mitad una mesa de latón, sobre la que se apoyaba un felino tan blanco como un copo de nieve virgen en mitad del invierno.
 Al ver el animal a aquel pequeño cuerpo de pupilas verdes como los lagos de las entrañas de la isla de Ítaca, se acercó a oler sus ropas perfumadas con jabón de Marsella y como si hubiese visto al mismo demonio se escapó por uno de los ventanales, se preguntaba si su presencia sería la causa de la inesperada escapada.
Esperanza de Verano escuchó a Milagro subir, delatado por los crujidos de la madera  de los escalones y se escondió detrás de las cortinas.
 Vio como él se sentó sobre una de las sillas con un libro de  mariposas entre sus manos, llevaba una lupa, un pincel y un recipiente de vidrio con una solución transparente. Transcurridos algunos minutos, se levantó, apagó la lámpara y subió las escaleras hasta la torre donde soñaba con encontrar una mariposa con alas de color rojo carmesí.
Cuando Milagro se metió en la cama, ella cruzó la puerta y con ayuda de la luz de la luna, pudo ver que aquel ser se rodeaba de más de mil mariposas apoyadas en aquellas paredes suaves y frágiles, estaban allí posadas, quietas.
 Todas brillaban  con tonos violáceos y  azules, como lo hace una mente soñadora entre otras conservadoras y estáticas, nunca vio ante sus pupilas esmeraldas un escenario con tantos destellos creados por las alas.
Se dirigió al balcón y al asomar su  cuerpo por la barandilla, vio al Mediterráneo como lo hacían las gaviotas, sintió la vida colarse por su  nariz a partir del contacto con aquella brisa, sonrió y al darse la vuelta, le sorprendieron unas palabras.
-¿Has venido a traerme la última mariposa que estoy buscando desde antes que tu nacieras?
Esperanza de Verano no supo que decir, sabía que estaba en una propiedad ajena, tembló con todas sus fuerzas y cuando Milagro se acercó a ella, se cubrió la cara con las palmas de sus manos, se podía leer en su frente al miedo en estado puro y a las ganas de escapar por aquel balcón y dejarse caer sobre la espuma.
-No tengas miedo, no te muevas y yo mismo la cogeré sin causaros  daño a ninguna de las dos.
Esperanza se quedó quieta ante las instrucciones de Milagro, y en menos de un segundo pudo ver entre sus manos a la mariposa de color rojo carmesí que tanto andaba buscando. La llevaba prendida en su pelo dulce desde que nació, lo supo aquella noche de luna llena, cuando tras un silencio un Milagro con un corazón del revés le hizo abrir los ojos y sentir al mundo salado.
Desde aquel encuentro Esperanza de Verano cree en Milagros, incluso en otoño, invierno y primavera y Milagro ya no es tan fugaz, ni continua en equilibrio, van de la mano pintando caminos, derritiendo fronteras de mantequilla, que en ocasiones parecen  ser del más pesado de los metales.

Mayte Pérez (Septiembre y Junio sobre un soplo de Esperanza y un Milagro en que creer)






No hay comentarios:

Publicar un comentario