jueves, 23 de abril de 2015

PALABRAS DE HUMO


Una de las grandes herramientas que tiene el ser humano, para poder comunicarse, es el lenguaje, lo que le hace distinto, además, de  otras especies.
Esta tarde, mientras conducía de vuelta a casa, después de tener la gran suerte de haber compartido un puñado de horas, que bien sabe mi alma, que fueron de tal peso, que me anclaron al presente, no dejaba de pensar en cómo algo tan sencillo, necesario, que suena tan bien, que se emplea para dar consejos, para entablar relaciones, para enseñar, para indicar, para antes de dormir, para saludar, para amar, para expresar aquello que sentimos, pero aquello que sentimos de corazón, que une a las personas, incluso en la distancia, sí, en la distancia, el lenguaje. Cómo se convierte en un arma de doble filo, y sin entrar detalles, tampoco me detengo en el lenguaje cuando se emplea para ofender, lo hago en aquellas palabras que no se dicen, por esconder, o en aquellas otras que se dicen con el fin de dar forma a una mentira. Cuando era niña, una de las cosas que me enseñó mi abuela, fue a no mentir, según decía cuando lo hacemos, dejamos el camino que nos hemos marcado, para convertirnos en otros que no somos realmente. Es curioso que de pequeños todos hemos mentido alguna vez, por evitar un azote, por defender a alguien, y hemos mentido, incluso teniendo sobre los hombros ese consejo que tantas y tantas veces nos repetían. Y ahora, me pregunto por qué  de mayores, seguimos  mintiendo, o callando, mintiendo de forma pasiva, si ya no hay quién nos diga, quien nos castigue, quien nos de un azote…
Pues al abrir la puerta de la verja de mi casa, he llegado a la sencilla conclusión de que mi abuela tenía razón en aquello de “Mentir es de cobardes” por aquello de que el ser humano no se atreve a decir la verdad, pues desde mi punto de vista “Mentir es también de egoístas” por aquello de que a veces por  no perder un bien, somos capaces de mentir, y sin embargo perdemos de vista que el sol cuando sale, se cuela por todos los agujeros, por diminutos que sean y la mentira es tan grande, que es muy fácil encontrarla, si en realidad no la buscas, es la vida quien te la ofrece para darte una verdad, que alguien escondió, por no atreverse, o no dijo, por no perder.

Mayte Pérez (Cuando el pez murió por la boca)

domingo, 12 de abril de 2015

PUERTA DE SOL



Bajaba  la calle Martina  hasta  puerta de Sol con una pecera en brazos mojada con  agua salada mediterránea en busca de calor prestado y horas de colores que contar con los dedos de sus pies.
Bajo el cielo azul pastel maquillado con nubes blancas, sentía la dicha de que a su hambre
la iba a calmar más que una promesa, una realidad entera sin mitades ni distancias que resolver.
Entre los pasos de la gente se escuchaban sus latidos alborotados, perpetuos éstos desde que escuchó  a aquella voz infinita que la hacía subir de puntillas a la gloria.
 En su interior por las venas donde fluía su sangre había una mezcla entre emociones, recuerdos con sabor a azúcar moreno, pensamientos clandestinos, ilusiones pasajeras, ahora, quietas, como lo estaba en su mirada  aquella imagen que nunca olvidará frente a sus pupilas.
Le encontró tan perdido que ni siquiera supo decirle el número de letras de su nombre,
llevaba una burbuja apunto de explotar, sobre sus hombros y no sentía aquella tensión, incluso ejerciendo presión sobre su vida.

Olía a manzanilla recién cortada y su lamento, sordo a la muchedumbre  hacía para ella tanto ruido como el cascabel que llevaba  atado a su tobillo derecho.

Se sentó al borde de aquella Fuente junto a su tristeza, le prestó la palma de sus manos y le reveló el motivo que la hizo llegar a aquel lugar. Aquel ser pareció despertar de su error al escuchar que Martina, había decidido visitar la misma Fuente, donde ambos estaban sentados, para meter los pies en sus aguas y poder hidratarse al corazón.

Y desde entonces,  la vista de aquel ser apunta, ahora, hacia un lugar adecuado, hecho a su medida, así como lo fueron para sus pies los primeros zapatos  que se esperan cuando tienes cinco años.

Esta fue la historia de un ser humano que al no sentir  el tejido de la cobertura de su piel, creyó tener  un corazón de plástico, cerebro de plastilina ajena que moldear, alma de cartón , emociones sordas, ilusiones congeladas, sueños que despertaban, incluso sin haberse dormido; era un ser que no sabía nadar en un medio líquido, incluso habiendo aprendido a hacerlo de la mano de una sirena con zapatos de tacón de aguja, ni sabía respirar el aire, llevaba gafas de bucear para vivir.

Era un ser que creyó ser pequeño ante la luna llena de agosto, y sin embargo, era un gigante con corazón de gelatina, un soñador, privado de libertad, que vivía preso entre barrotes que él mismo, cada noche, a la luz de sus pesadillas, construía, para cada mañana meterse en otro mundo paralelo al suyo, pero en solitario.
Ahora ya no deja de soñar, incluso despierto, aun sabiendo que el calor de Martina fue a parar al congelador, convertido en perfectos cubitos de hielo, pero con forma de corazón, al que se abrazará cuando decida ofrecerle el calor de sus manos, tal como ella, le ofreció aquella tarde de septiembre, sentados de espaldas, ante otro medio líquido del color de las praderas  de la Isla de Ítaca...

Mayte Pérez (Puerta cerrada con llave inglesa)




domingo, 5 de abril de 2015

POSEIDÓN Y LA BELLA AFRODITA



Se respira el olor de la piel de Afrodita en el camino que lleva a Ítaca y se escuchan los lamentos de Poseidón, quien a pesar, de haber probado de todas las fuentes de belleza, sigue deseando volver a ver entre sus dedos, a los pigmentos del cabello de Afrodita.
Apolo, que nada entre las aguas saladas, ofreciendo música a las sirenas, conversa con el dios e intenta lograr que vuelva la razón a su mente y olvide a la bella Afrodita .
Es entonces cuando ante la insistencia de Apolo, Poseidón reta al músico a que vuelva a encontrarse con la misma especie que ya una vez, derrotó y así, dejará volar al recuerdo de tan bella criatura, que más de mil noches le tuvo encantado tejiendo relatos dulces que le llevaban al principio de la creación.
Poseidón se deja llevar por la tristeza derivada por la ausencia de Afrodita y esto le lleva a marcharse en busca de ríos con peces que viven en agua dulce, pues el agua de su mar, castiga la herida perpetúa que lleva tatuada en mitad de su pecho. Noches y noches enteras de lamentos y súplicas al dios Olimpo, que más que ofrecerle alimento a cambio, éste le aconseja que regrese a las aguas saladas y nutra su alma con el amor que Afrodita le daba a beber de su boca rosada.
Llegando a la isla de Ítaca, Apolo lleva sobre su cuello la pieza sin vida, ahora, que cambiará el destino de Poseidón y Afrodita. Hay silencio en el lugar y la intención de Apolo es alcanzar la cima del  Monte de Creta, desde donde lanzará noticias para Afrodita, atadas en la pata de una paloma, que después del sufrimiento acontecido, llenará de paz la mente de la dulce diosa.
Ya sobre la cima del monte, Apolo, se rinde al cansancio y queda dormido sobre una roca, despertándole una tormenta de agua salada y el sabor de las lágrimas de Afrodita, que sin estar presente, le hace saber la inmensidad del amor que la ata a Poseidón y la locura de querer que ambos seres se olviden de aquello que construyeron una mañana mientras se prometían a Hera…



Mayte Pérez