domingo, 12 de abril de 2015

PUERTA DE SOL



Bajaba  la calle Martina  hasta  puerta de Sol con una pecera en brazos mojada con  agua salada mediterránea en busca de calor prestado y horas de colores que contar con los dedos de sus pies.
Bajo el cielo azul pastel maquillado con nubes blancas, sentía la dicha de que a su hambre
la iba a calmar más que una promesa, una realidad entera sin mitades ni distancias que resolver.
Entre los pasos de la gente se escuchaban sus latidos alborotados, perpetuos éstos desde que escuchó  a aquella voz infinita que la hacía subir de puntillas a la gloria.
 En su interior por las venas donde fluía su sangre había una mezcla entre emociones, recuerdos con sabor a azúcar moreno, pensamientos clandestinos, ilusiones pasajeras, ahora, quietas, como lo estaba en su mirada  aquella imagen que nunca olvidará frente a sus pupilas.
Le encontró tan perdido que ni siquiera supo decirle el número de letras de su nombre,
llevaba una burbuja apunto de explotar, sobre sus hombros y no sentía aquella tensión, incluso ejerciendo presión sobre su vida.

Olía a manzanilla recién cortada y su lamento, sordo a la muchedumbre  hacía para ella tanto ruido como el cascabel que llevaba  atado a su tobillo derecho.

Se sentó al borde de aquella Fuente junto a su tristeza, le prestó la palma de sus manos y le reveló el motivo que la hizo llegar a aquel lugar. Aquel ser pareció despertar de su error al escuchar que Martina, había decidido visitar la misma Fuente, donde ambos estaban sentados, para meter los pies en sus aguas y poder hidratarse al corazón.

Y desde entonces,  la vista de aquel ser apunta, ahora, hacia un lugar adecuado, hecho a su medida, así como lo fueron para sus pies los primeros zapatos  que se esperan cuando tienes cinco años.

Esta fue la historia de un ser humano que al no sentir  el tejido de la cobertura de su piel, creyó tener  un corazón de plástico, cerebro de plastilina ajena que moldear, alma de cartón , emociones sordas, ilusiones congeladas, sueños que despertaban, incluso sin haberse dormido; era un ser que no sabía nadar en un medio líquido, incluso habiendo aprendido a hacerlo de la mano de una sirena con zapatos de tacón de aguja, ni sabía respirar el aire, llevaba gafas de bucear para vivir.

Era un ser que creyó ser pequeño ante la luna llena de agosto, y sin embargo, era un gigante con corazón de gelatina, un soñador, privado de libertad, que vivía preso entre barrotes que él mismo, cada noche, a la luz de sus pesadillas, construía, para cada mañana meterse en otro mundo paralelo al suyo, pero en solitario.
Ahora ya no deja de soñar, incluso despierto, aun sabiendo que el calor de Martina fue a parar al congelador, convertido en perfectos cubitos de hielo, pero con forma de corazón, al que se abrazará cuando decida ofrecerle el calor de sus manos, tal como ella, le ofreció aquella tarde de septiembre, sentados de espaldas, ante otro medio líquido del color de las praderas  de la Isla de Ítaca...

Mayte Pérez (Puerta cerrada con llave inglesa)




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