Se respira el olor de la piel de Afrodita en el camino que
lleva a Ítaca y se escuchan los lamentos de Poseidón, quien a pesar, de haber
probado de todas las fuentes de belleza, sigue deseando volver a ver entre sus
dedos, a los pigmentos del cabello de Afrodita.
Apolo, que nada entre las aguas saladas, ofreciendo música a
las sirenas, conversa con el dios e intenta lograr que vuelva la razón a su
mente y olvide a la bella Afrodita .
Es entonces cuando ante la insistencia de Apolo, Poseidón
reta al músico a que vuelva a encontrarse con la misma especie que ya una vez,
derrotó y así, dejará volar al recuerdo de tan bella criatura, que más de mil
noches le tuvo encantado tejiendo relatos dulces que le llevaban al principio
de la creación.
Poseidón se deja llevar por la tristeza derivada por la ausencia
de Afrodita y esto le lleva a marcharse en busca de ríos con peces que viven en
agua dulce, pues el agua de su mar, castiga la herida perpetúa que lleva
tatuada en mitad de su pecho. Noches y noches enteras de lamentos y súplicas al
dios Olimpo, que más que ofrecerle alimento a cambio, éste le aconseja que
regrese a las aguas saladas y nutra su alma con el amor que Afrodita le daba a
beber de su boca rosada.
Llegando a la isla de Ítaca, Apolo lleva sobre su cuello la
pieza sin vida, ahora, que cambiará el destino de Poseidón y Afrodita. Hay
silencio en el lugar y la intención de Apolo es alcanzar la cima del Monte de Creta, desde donde lanzará noticias
para Afrodita, atadas en la pata de una paloma, que después del sufrimiento
acontecido, llenará de paz la mente de la dulce diosa.
Ya sobre la cima del monte, Apolo, se rinde al cansancio y
queda dormido sobre una roca, despertándole una tormenta de agua salada y el
sabor de las lágrimas de Afrodita, que sin estar presente, le hace saber la
inmensidad del amor que la ata a Poseidón y la locura de querer que ambos seres
se olviden de aquello que construyeron una mañana mientras se prometían a Hera…
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