“De noche, Miluna Alma de Gelatina, se acostaba bajo los pies de
un gigante, envuelta en esperanzas presentes de colores, abrazada a un deseo en
forma de prado, por el que se perdía dando vueltas junto a su compañero de
juegos y fiel amigo, Mudito Corazón de León”
Algunas de las mañanas de Miluna comenzaban con piedras en el
cristal de la ventana que lanzaba Mudito, para despertarla y ésta al verlo, se
olvidaba de que había que ir a la escuela y que su madre, la esperaba en la
cocina con una taza de chocolate templado, 100 gramos de galletas de avena y canela
molida y la cartera roja con lunares.
Aquel día la fue a salvar su amigo del peso de una nube, la insensatez de su padre, que de no ser por aquella piedra que encontró en el camino, estampada en el cristal de la ventana, la vida de Milú se habría esfumado como un ladrón lo hace al huir de puntillas, en noches de luna vacía de la luz de las farolas eléctricas.
-Milú, vamos a ver el mar y a mirarnos en él. Le dijo Corazón de León. Ya verás como te gusta, el mar es como el valle donde vamos al salir de la escuela, grande, inmenso, pero de color azul, como el cielo. Si metes los pies dentro, se mojan y se enfrían. Está lleno de agua y sabe a miércoles.
-León, ¿a miércoles sabe? ¿por qué sabe a ese día y no a otro de la semana? Le pregunto la pequeña asombrada.
-Pues sabe a miércoles porque ese día vi a mi madre muy triste llorar, la abracé, la besé en las mejillas y probé una de sus lágrimas y cuando me llevaron a la playa del Mediterráneo, vino una ola, me rebozó como a las torrijas que hace mi abuela, me entró esa agua por los agujeros de la nariz y era salada, sabía como mi madre.
-Entonces, el mar sabe a tu madre, no a miércoles.
-No bobita, no, que mi madre es dulce como la leche condensada, pero cuando se puso triste, le brotó eso redondo, transparente y salado, pues eso como el mar. Yo le pregunté que por qué lloraba y sabes qué me pasó, que me contagió, como cuando mi hermano mayor tenía la gripe y me la pegó, saltó de su cama a la mía cuando yo estaba distraído dormido, que si eso me pasa con la luz encendida, no me habría contagiado de la gripe.
-León¿ y casi te tragas al mar entero por la nariz, pero todo entero?. Me pregunto qué te habría pasado, te habrías convertido en pez o algo así, como uno de peces de colores que tengo colgados del techo. No te imagino convertido en pez y con las gafas, entonces tendrías que usas gafas de bucear, como las que lleva mi padre en la mochila de las vacaciones, que dice mi madre que son para cuando se marcha a ver a las sirenas y como ellas viven en el mar, pues eso gafas de bucear.
Montados en la bicicleta violeta de tres ruedas, que había heredado de su hermana, Mudito cogió a Miluna y la sentó con cuidado de que no se le rompiera, y de no mancharle el pijama rosa con pingüinos, que todavía llevaba puesto, se olvidó de cogerle las los zapatos azul marino que su madre le ponía para ir a la escuela, pero llevaba los calcetines con un agujero; la sentó en la cesta de mimbre, donde su madre metía las bolsas de la compra. Le puso las gafas de aviador que compró en el rastro, y el casco de explorador; él llevaba una capa roja atada al cuello, un casco naranja con pegatinas de los Beatles, pantalones por las rodillas con los calcetines de color rojos a juego con las rayas de su camiseta.
Aquel día la fue a salvar su amigo del peso de una nube, la insensatez de su padre, que de no ser por aquella piedra que encontró en el camino, estampada en el cristal de la ventana, la vida de Milú se habría esfumado como un ladrón lo hace al huir de puntillas, en noches de luna vacía de la luz de las farolas eléctricas.
-Milú, vamos a ver el mar y a mirarnos en él. Le dijo Corazón de León. Ya verás como te gusta, el mar es como el valle donde vamos al salir de la escuela, grande, inmenso, pero de color azul, como el cielo. Si metes los pies dentro, se mojan y se enfrían. Está lleno de agua y sabe a miércoles.
-León, ¿a miércoles sabe? ¿por qué sabe a ese día y no a otro de la semana? Le pregunto la pequeña asombrada.
-Pues sabe a miércoles porque ese día vi a mi madre muy triste llorar, la abracé, la besé en las mejillas y probé una de sus lágrimas y cuando me llevaron a la playa del Mediterráneo, vino una ola, me rebozó como a las torrijas que hace mi abuela, me entró esa agua por los agujeros de la nariz y era salada, sabía como mi madre.
-Entonces, el mar sabe a tu madre, no a miércoles.
-No bobita, no, que mi madre es dulce como la leche condensada, pero cuando se puso triste, le brotó eso redondo, transparente y salado, pues eso como el mar. Yo le pregunté que por qué lloraba y sabes qué me pasó, que me contagió, como cuando mi hermano mayor tenía la gripe y me la pegó, saltó de su cama a la mía cuando yo estaba distraído dormido, que si eso me pasa con la luz encendida, no me habría contagiado de la gripe.
-León¿ y casi te tragas al mar entero por la nariz, pero todo entero?. Me pregunto qué te habría pasado, te habrías convertido en pez o algo así, como uno de peces de colores que tengo colgados del techo. No te imagino convertido en pez y con las gafas, entonces tendrías que usas gafas de bucear, como las que lleva mi padre en la mochila de las vacaciones, que dice mi madre que son para cuando se marcha a ver a las sirenas y como ellas viven en el mar, pues eso gafas de bucear.
Montados en la bicicleta violeta de tres ruedas, que había heredado de su hermana, Mudito cogió a Miluna y la sentó con cuidado de que no se le rompiera, y de no mancharle el pijama rosa con pingüinos, que todavía llevaba puesto, se olvidó de cogerle las los zapatos azul marino que su madre le ponía para ir a la escuela, pero llevaba los calcetines con un agujero; la sentó en la cesta de mimbre, donde su madre metía las bolsas de la compra. Le puso las gafas de aviador que compró en el rastro, y el casco de explorador; él llevaba una capa roja atada al cuello, un casco naranja con pegatinas de los Beatles, pantalones por las rodillas con los calcetines de color rojos a juego con las rayas de su camiseta.
-Milú, que nos vamos, he cogido un mapa, una linterna, una
brújula, la tienda de campaña, agua,
galletas, un bote de leche condensada, una bolsa con latas y comida, los ahorros
desde Navidad, iba a cogerlos desde mi cumpleaños, pero los he dejado en la
hucha por si nos volvemos a ir a ver otro mar, no he cogido los cepillos de
dientes ni la pasta, no pasará nada ni nos reñirán.
-Pero León no corras mucho con la bici que me puedo marear y
devolver la cena, que el desayuno estará en la mesa y mi madre a su lado
enfadada y canta durante el viaje esas canciones que aprendiste de tu abuelo
cuando estaba en la guerra que a mí mi madre no me deja cantarlas.
Y así fue como aquel par de niños emprendieron un viaje temprano
lleno de fantasías como en el mundo de los sueños, que jamás olvidarían durante
el resto de sus vidas, de la mano de la inocencia de la niñez, las ansias de un
niño de llevar a su mejor amiga a conocer el mar y la ilusión de una niña por
meter los pies en el agua salada.
Transcurridas tres horas llegaron a un lugar donde había un río
en mitad de un valle, rodeado de árboles tan altos como el cielo; a Miluna le
pareció que ya era hora de comer.
-León ¿y si paras la bici? que me rugen las tripitas, me bajas
allí en el río y abrimos el bote de leche condensada, sería más feliz de lo que
ya soy ¿vale? Comentó la niña, mientras le tiraba de la capa a su amigo.
Mudito era muy cabezota aparte de travieso, la única persona a
quien obedecía sin rechistar era a aquella pequeña de cabellos marrones
ondulados, ojos del color de la cáscara de la avellana, piel tostada y alma tan
dulce como la miel.
Pararon bajo un árbol y dejando todas las cosas a un lado, sacaron
un bote de fabada que se comieron con las manos pues se olvidó Mudito de coger
utensilios para comer, después en el río se lavaron las manos y al amparo de la
sombra de aquel gigante de hojas verdes, se durmieron un par de horas. Les
despertó el sonido de un rebaño de ovejas, el perro que iba con ellas ladraba y
olisqueaba a la niña, Mudito intentaba que se marchase lanzándole piedras.
-León no seas malvado y deja de lanzarle piedras al pobre perro
y si no me obedeces te volveré a llamar Mudito cuatro ojos capitán de los
piojos, me prometiste que ya no volverías a portarte mal con los animales, que
ya sabes lo que te dijo mi madre de los gatos, eso de las siete vidas no
siempre es verdad y mira si tenía razón ¿eh? Le hiciste daño a Candilejas el
gato del maestro.
Mudito al escuchar lo del gato dio un salto y se marchó muy
nervioso, haciendo un gesto de ira y enfado que a Miluna pareció no importarle.
La niña se quedó sentada acariciando el lomo del perro y pensando que pronto se
haría de noche y que si no se le pasaba el enfado a Mudito no sabría cómo
montar la tienda de campaña ella sola.
-Pero ¿por qué siempre me recuerdas cosas malas que ya las tenía
borradas del cerebro?, pero ¿qué te crees que yo no lloré cuando vi que
Candilejas no se movía y que iría al infierno cuando me tendría que morir? por
eso me da miedo morirme, porque ya sé lo que me pasará, que me lo dijo el cura,
chivata, que eres una chivata y yo no te lo digo.
-Pero yo te dije que fueras a don Pepito a confesarte para que
no fueras allí al infierno y cuando me
dijiste que no irías a verlo, pensé en hacer algo para acompañarte cuando me
haga mayor y me tenga que morir y así ayudarte a apagar las llamas, León. Ya no
lo pienses más o no podrás dormirte y te dolerá la tripa.
Cenaron a la luz de una vela, pan tostado con paté y agua,
después entraron en la tienda y sobre una manta que la abuela de Mudito había
tejido durante lo que duraba un curso, se quedaron dormidos como lirones uno
junto al otro.
Por la mañana después del desayuno y el aseo en el río,
volvieron a subir a la bici y se marcharon de nuevo, en busca de aguas
mediterráneas en compañía de las ganas de conocer el mundo que se tiene cuando
se es niño y existe ese contacto con la naturaleza que hace que cada día esté a
punto de rozar la magia.
Ese día el cielo estaba tan azul y colgaban de él tantas nubes
con forma de algodón, que Miluna, no dejaba de sonreír sorprendida cada vez que
cogían un bache y su vista, en vez de estar fijada en el horizonte y en las
rayas de la camiseta de su amigo, se le despistaba al infinito e inmenso cielo,
al final fueron carcajadas contagiosas que hicieron para las tres ruedas.
-Pero ¿de y tú de qué te ríes tanto, bobita? Preguntó Mudito a
la niña.
-¿Es qué no lo ves? pues mira arriba, las nubes están como mi
tía, locas, cambian su forma. Mi madre decía que a mi tía le pasaba lo que a
las nubes, se les alteraba el estado y yo nunca las había visto tanto tiempo y
tan grandes y ahora las miro a todas y me acuerdo de mi tía y del día que me
llevó a la escuela vestida de princesa, igualita que ella iba yo. La seño
Victoria cuando nos vio llegar se fue al
despacho del director enfadada. Entonces mi tía Lola me dijo que se iba a liar
una gorda y se lio, León, pero tampoco fue para tanto. Eso sí, no se lió
enseguida, tardó unos días; fue una mañana en el despacho de Don Ginés, le
decía a mi madre que mi tía había perdido el juicio y que era una mala
influencia para mí, yo no entendía nada si con ella me lo pasaba tan bien. Era
la que mejor preparaba las meriendas, me contaba cuentos antes de dormir,
cuidaba de mí cuando mi madre tenía que irse a trabajar y si mis padres se
enfadaban y se gritaban, con la almohada
en mis oídos no se callaban, entonces llegaba ella contenta y feliz, no como
estaban ellos, cogía un cuento, abría la ventana y despedía a no sé qué y a no
sé quién de nuestra casa y se me iba pasando el susto más que con las gotas de
azahar que me daba mi abuela la vez que me caí por la ventana. Oye y recuerdo
la mañana que vinieron a casa unas personas muy preguntonas y curiosas y fue cuando vi que mis padres se abrazaron por primera vez se quisieron mucho ese rato que duró la
visita y al llegar mi tía, en vez de estar alegre al ver cómo se querían, se
enfadó con ellos y les llamó hipócritas que no tenían perdón. Y ya está León de
eso me reía, echo de menos a mi tía Lola, ella sí que sabe lo que me gusta.
-Pues yo Milú solo echo de menos a mis álbumes de cromos y al
árbol de la plaza, ese grande donde nos subimos a escondernos del carnicero
cuando le tiramos piedras por el garaje y sin querer le rompemos las macetas,
es un momento que mejor salir corriendo
y subir al árbol, entonces no nos pilla y no sabe que somos nosotros, Pablo,
Miguel, Sebastián y yo.
-Pero si ellos son los mayores, cómo es que hacen eso, si
deberían de enseñarte que eso no se hace, claro como ellos no tienen padres y
han vivido en esa escuela tan rara. Dice mi tía Lola que a ellos hay que
quererlos más que a los demás niños, que no les contaban cuentos las monjas y
les daban pellizcos y coscorrones. Por eso mi madre no quiere que seamos amigos
y no va a querer que nos casemos de mayores tú y yo, por mucho que le digas que
cuidarás de mí, dice que los chicos sois todos iguales y que vais a buscar lo
mismo, oye ¿tú sabes que es lo que buscáis? ¿o todavía no?
-No sé Milú, es que mi madre no dice lo que la tuya, mi madre te
quiere mucho y cuando salgo a buscarte me dice que te cuide y hasta me prepara
la merienda para ti y a veces le gustaría que vivieras con nosotros, yo creo
que lo dice porque le gustas como a mí. Y
mi padre la besa en la boca, le da abrazos, no son como tus padres, son
más callados y no cambian tanto. Y ahora vámonos ya que nos parecemos a los mayores hablando de esas cosas.
En el mes de mayo el olor en el prado es distinto, las mariposas
acarician el instante, brota la vida de las entrañas de la tierra, los colores
son alegres, se maquilla la tierra y se
viste de tonos pastel, intensos que recuerdan a la frescura de la lluvia, a la
brisa de la mañana anunciar al calor del verano.
Vistos los dos personajes por la parte de atrás, montados en
aquel triciclo, recordaban lo que abandonamos si nos dejamos llevar por la
locura que encierran sus ilusiones sin mesura. El mundo de los dos era
perfecto, no existía un futuro incierto ni al que temer, el pasado era para
evocar risas, aprender de los pecados de los adultos, recordar sabores y tardes
en la escuela, cromos que se consiguen para empapelar un álbum; el presente lo
vivían tan intensamente como un trago de la primera experiencia de placer entre
retales a los que ofrecerse cuando llega la gélida estación en forma de
emoción.
A lo lejos del paisaje vieron una montaña junto a una arboleda
donde había un lago, así que decidieron salir del camino y llevar andando al
triciclo hasta la ladera. Al llegar y ver la quietud de las aguas cristalinas,
Mudito no dudó ni un segundo en quitarse la ropa y lanzarse desde la rama de un
árbol que asomaba en la orilla.
-León estás muy taradito, me asustas cuando haces esas cosas y
si chillas más aún.
-Milú, chillo porque está muy fría el agua y así espanto al
fresco.
Mudito en verano y cuando hacía buen tiempo, pescaba los sábados
con su padre y su hermano mayor en el río que había en el pueblo; su madre les
preparaba una cesta con bocadillos, agua fresca y fruta. Se iban los tres con
Duncam, el perro labrador, por la mañana pronto, cuando su padre llegaba de
trabajar en la panadería. Mientras su hermano y él pescaban, su padre bajo un
árbol, después de haberse dado un baño, se dormía plácidamente, se quedaban a
comer en el río y al caer el sol se marchaban a casa. Ese día para cenar había
pescado asado, patatas con escabeche y de postre natillas con mucha canela.
Cuando Mudito salió del agua se encontró a Milú dormida sobre la
manta de la abuela Carmen, se sentó a su lado y no dejaba de mirarla, le miraba
los pequeños pies desnudos, las piernas, la postura que adoptaba cuando se
dormía, le recordaba a los dibujos de los cuentos que le contaba su hermana
mayor y a los ángeles de los cromos que habían guardados en la caja de latón de
los bombones valor, y la sorpresa que se llevó cuando la encontró al pensar en
el atragantón que se iba a pegar con tanto dulce y al abrir la caja y encontrar
los cromos, se le fue la alegría por un instante, hasta que salió al patio
cogió la pelota y se marchó a la plaza a jugar con Pepe,Juan, Manuél y Guillermo,
sus compañeros de escuela.
Le empezaban a hablar las
tripas como el rugido de un león, al pequeño, tenía hambre pero como Miluna
estaba dormida, pensó que sería mejor esperar a que despertara, aprovechó para
coger el anzuelo que guardaba y el hilo y pescó en el lago un par de peces
medianos.
-León, León, me duele la pierna, dónde estás.
Miluna se despertó y se asustó al no ver a su amigo cerca,
estaba acostumbrada a que le guiara los pasos y le alumbrase la vida con la luz
que escondía en su interior. A los ojos del mundo era un niño inseguro y miedoso,
pero para la niña era un rey muy grande, que se inventaba batallas en las que
la rescataba de un dragón malvado del color de la calabaza y pezuñas enormes
como la copa de un roble.
Al ver que no le respondía, lo llamó más y más fuerte, perdió
más de un kilo de voz con aquel tono tan elevado.
-Pero mira que eres miedosita y comesustos, pero ¿es que no ves
que estaba pescando en el lago? que vengo de allí y tú vas te pones a gritar y
yo me asusto y he tenido que cruzar el lago casi sin entrar en el agua. Mira
que eres cría pequeñaja.
-Eres un imbécil perdido, me quiero ir al pueblo que me duele la
pierna, llévame a casa en la bici que quiero una pastilla redondita y la manta
que se enchufa de mi madre.
-¿Te duele mucho Milú? espera, a ver que piense, sí ya lo tengo,
cuando estaba pescando he visto que había un pueblo cerca, voy a comparar
pastillas que tengo los ahorros, tu espera aquí que no tardo, mira al cielo y
cuenta las nubes, haz como cuando te duele en casa y no está tu madre, que te
distraes cantando.
-Vale León, pero ten cuidado.
Se montó en la bici y no tardó mucho en llegar al pueblo,
encontró una farmacia pero estaba cerrada, en el cartel estaba escrito el
horario, como no tenía reloj, tuvo que buscar la iglesia para ver la hora. Al
llegar a la iglesia el cura salía, él supuso que se marcharía a su casa para
comer y que tendría prisa, cuestión que no le supuso ningún problema, pues a
pesar de su nerviosismo, le preguntó por la hora.
El cura al verlo le pidió que se acercara, el niño le repitió lo
mismo dos veces y entonces fue cuando los dos se dieron cuenta, uno de que
estaba sordo, el otro de que le preguntaba algo.
-Hola, no te escucho, pero si hablas despacio, te leeré los
labios, y bien empieza.
-Hola señor cura, he venido a la farmacia a comprar pastillas
que quitan el dolor de cabeza para mi madre, pero estaba cerrada, después vengo
a ver la hora y es que el reloj no funciona y era solo eso si me la dice usted.
-Jajajajajajajajaj, el reloj lleva parado desde que lo pusieron
en lo alto de la iglesia, no ha habido valiente que se atreva a subir y no
tenga miedo de a las alturas.
Mudito pensó que no debía ser tan difícil llegar a lo alto,
encaramitarse a algo y arreglar el reloj, le ofreció hacerlo, de esta forma le
abrió la puerta de la iglesia, subió el niño con el cura y éste desde abajo le
daba indicaciones de lo que debía hacer y cuándo.
Al bajar del campanario, se fueron juntos a la farmacia y Mudito
quedó asombrado al ver como el cura abría una puerta pequeña que conducía a
ésta. Antes de llegar pasaron por una cocina donde había una anciana con
cabellos plateados recogidos, vestida de negro con un delantal a cuadros grises, al verlos les ofreció una sonrisa,
pasaron por un salón donde había una vitrina llena de fotos, se quedó paralizado
al ver una foto de alguien que le pareció conocer, el cura le dio la caja de
pastillas, las gracias y tras un abrazo se despidieron.
Cuando el niño llegó donde estaba Miluna, la encontró cantando y
con tantas lágrimas como hormigas en un hormiguero.
-León, has tardado mucho en volver, no sabes la de canciones que
he tenido que cantar ¿y sabes una cosa? se me acabaron y tuve que cantar las
que cantaba tu abuelo y pensaba que si me escuchaba mi madre se enfadaría mucho
y eso no está bien. Seguro que has tenido que subir a un campanario a salvar a
una cigüeña o algo así, ahora a ver que te inventas.
-Pero mira que eres quejica, que si tu madre te oye, que si eso
de cantar esas canciones está mal y bla bla bla, pues oye no te quejes que yo
he tenido que mentirle a un cura y no me digas que me vaya a confesar que yo ya
hice la comunión y a mí el dios ese no me da ya
miedo, seguro que no me castiga tan fuerte como mi madre.
-Pero no se miente, eso no está bien, hay que decir las cosas de
verdad.
-Sí claro, mire señor cura quiero pastillas para Miluna, una
niña que llevo en la cesta de la bici a
ver el mar y como le dolía la pierna, he venido a por pastillas a la farmacia
pero estaba cerrada, si quiere le llevo a donde está, llama a sus padres que
vengan a buscarla, y al llegar a casa le dan una paliza que le doblan la vida y
se vuelve sin ver el mar. Mira niñita de goma, de la mano de tu madre no te
libra ni la tía Lola pegada a ti, así que por lo menos, verás el mar. Y no
vuelvas decirme que te lleve a casa, mañana llegaremos antes de comer a la
playa.
-Eres imbécil, pero si me dijiste que me llevabas a ver el mar y
ahora dónde dices que me llevas.
-No puedo contigo ya, que la playa es del mar tontita peladita
comemocos.
-Y encima te enfadas otra vez, a que me voy yo sola.
-¡Ja! Claro que sí, anda vete ya, con ese dolor de piernita
llegarás, pues a ver, pasado mañana o al otro. Pero mira que eres ignorante y a
mí me pones nervioso.
Miluna empezó a llorar y Mudito al verla deshecha en retales se
sentó a su lado asustado y abrazándola le calmó el llanto. Le ofreció agua para
beber, hizo una hoguera para asar los dos peces que capturó en el lago,
comieron y escuchando la radio de su
padre se durmieron mirando al cielo del quinto mes con mil golondrinas
atravesándolo.
Al atardecer, fueron de nuevo al lago, a ver como se escondía el
sol tras la montaña, el pequeño volvió a bañarse y la niña disfrutaba mirándolo
tirarse desde la rama del árbol que asomaba en una de las orillas, ya no le
daba miedo verlo lanzarse a las aguas frescas.
La mañana del día siguiente, después de desayunar, recogieron
las cosas y se abrieron camino en busca
de su deseo. Miluna tenía el cabello lleno de tierra, no dejaba de estornudar y
cada vez que cogían un bache se cogía de los pantalones de Mudito. Le gustaba
como la brisa le daba en la cara y el pelo se le alborotaba, ser libre al lado
de su mejor amigo. Cada vez que se acordaba de hacia dónde iban se ponía tan
contenta como en sus cumpleaños y en el día de reyes.
Cuando pasaron por el pueblo donde el niño compró las pastillas,
la niña le pidió que parase.
-León yo he estado en este lugar ¿puedes parar un poco? Hay una
plaza con una fuente y bancos de piedra. Una estatua de un hombre con alas, no
espera, es un ángel como el de la iglesia.
Mudito se quedó sorprendido y recordó la foto que había en el
mueble de la casa de la farmacia. Vio una imagen que la madre de Miluna también
tenía en el salón de su casa.
El niño no dijo nada y pensó en llevarla a la casa y visitar a
la anciana que vestía de negro con un delantal a cuadros grises.
-Milú espera un poco, voy a ver a alguien que conozco, será un
rato corto.
Al llegar a la casa se pensó más de dos veces si llamar o marcharse,
antes de apoyar los nudillos en la puerta de color granate, se dio la vuelta y
miró a Miluna.
-Pero vamos ¿qué haces? toca el timbre que está arriba mira allí,
venga vamos.
El pequeño pulsó el botón y por el balcón se asomó la señora
preguntando quien había tocado, al ver a los pequeños les abrió la puerta y les
invitó a pasar hasta el salón.
A Miluna le gustó la señora, le recordaba a su tía Lola por el
olor. Tenía la piel blanca, los ojos verdes y unos labios de color rosa pastel,
se movía muy despacito por el pasillo que conducía a la cocina.
Cuando llegaron al salón les pidió que se sentaran y sacó pan
con queso y zumo de naranja para que almorzaran. Al pequeño le preocupaba
ensuciar el suelo con las ruedas de la bici, pero tenía que entrarla en la casa.
Sonó el teléfono y la señora se levantó a cogerlo, mientras la
niña se quedó mirando una de las fotos que había en el mueble, la misma que
llamó la atención de su amigo.
-Ay León, que esa foto está en mi casa y es la tía Lola cuando
era pequeña. ¿Y si le preguntamos que de qué la conoce a la señora?
-No seas preguntona, lo que tenemos que hacer es irnos, le
decimos que tenemos que ir a casa y ya está.
Para cuando entró la dueña de la casa, los niños ya no estaban
sentados, habían salido por la puerta de atrás que conducía a un callejón.
Mudito le daba tan fuerte a los pedales como podía.
A lo lejos se escuchaban voces de los mayores llamarlos, y eso
hizo que fueran todavía mucho más
rápidos. Al llegar al camino que desembocaba en el mar, el viaje fue más
cómodo.
En menos de una hora vieron una gaviota pasar cerca de ellos,
Mudito paró a un lado, sacó agua para la niña y galletas saladas que le dio
para comer.
-Yo creo León que mi madre estará muy enfadada y que cuando
llegue a casa me castigará, estoy triste porque yo nunca me he ido de casa sin
decírselo y ¿sabes una cosa? No la echo de menos ni nada, yo si me voy a casa
de la tía Lola, pues mejor. Me gustaría tener abuelos como tú tienes, no hace
falta cuatro, con una abuela, estaría bien, pero luego pienso que tengo a la
tía Lola y me pongo contenta, porque ella me quiere mucho y me quita el susto
que tengo dentro cuando mis padres se chillan y me gustaría meterme debajo de
la cama o bajarme por la escalera que me hiciste en verano.
-Milú pero puedes venir a mi casa, mis padres te quieren mucho
¿y Paco? que cuando te ve te sube al cielo y sale corriendo hasta la plaza
contigo y mis hermanas te llevan a misa los domingos y después te compran pan
quemado. Y Duncam te quiere mucho ¿eh? no deja de ladrar cuando entras y mis
abuelos los del pueblo cuando vienen en verano te traen regalos y los de aquí
también te quieren, mi abuela Carmen te come a besos y mi abuelo Paco aunque te
tire de la nariz, es muy bueno contigo. A mí también me cabrea cuando me tira de
las orejas y me da collejas cuando me distraigo. Anda no te vayas a poner
triste ahora que el mar está allí, seguimos el viaje.
Al llegar a la inmensa playa, Miluna abrió sus ojos del color de
la cáscara de avellana tan fuerte como pudo, se le pintó una sonrisa en los
mofletes sonrosados. Mudito, no dejaba de mirar aquel gesto en la pequeña, se
quitó los pantalones, la camiseta y las zapatillas.
Cogió a Miluna y con ella
sobre su espalda se fue acercado a la orilla.
-Pero corre León, corre más rápido, que tengo ganas de llegar a
ver el agua saladita y los peces de verdad, como los del techo de mi cuarto,
esos sí que se moverán.
-León, para León.
El niño se dio la vuelta y a lo lejos vio un coche rojo con
mayores dentro y a la tía Lola, lanzando los zapatos y corriendo a por ellos
por la arena. Se quedó paralizado, al reconocer al cura y a la anciana.
-Pero no corras, pero qué no ves que os podéis caer. Casi me
matáis, casi.
Mudito se quedó parado, quieto, temeroso, dejó a Miluna en la
arena, se sentó a su lado y esperó a que llegase Lola.
-Tú, rompetechos, ¿sabes cómo nos habéis tenido durante todo
este tiempo? A la niña no le digo nada que bastante tendrá con la paliza que le
propiciará la fiera de mi hermana sin piedad, ¿eh Luca? Tu madre no sabe
todavía que os he encontrado. Ay dios bendito que estás en los cielos, que yo
antes era atea y por vosotros dos, he
rezado, he ido a ver al cura, me he puesto de rodillas ante el altísimo, como
le llaman las beatas.
Miluna miraba a la tía Lola con un gesto de tristeza a punto de
estallar en llantos, era una niña obediente que nunca había alterado el estado
de sus padres, se sentía culpable cuando éstos se gritaban y su padre al
marcharse daba un portazo, pensando que algo había hecho ella. Luego su madre
se subía a su habitación y la pequeña se quedaba mirando por el ventanal que
daba al huerto, hasta que llegase alguien y la arropase en cariños o llegase su
padre. Normalmente Mudito era su primer salvavidas, entraba con la llave que
había bajo el felpudo, pero siempre después de tocar a la puerta; existía
cierta conexión entre la pareja de
niños. El día que no veía a Miluna en la escuela, nada más salir, en vez de ir
a su casa, le tiraba piedras en la ventana y si no veía su pequeño perfil asomar, entonces era cuando
tocaba la puerta y si nadie respondía, abría con la llave.
-Tía Lola, no riñas a León, sólo quería que viese el mar, yo no
pensaba que íbamos a tardar tanto en llegar, perdóname tía. No lo volveré a
hacer y si León me pide de volver a hacerlo, no le haré caso. Dijo haciendo un
guiño a Mudito. Pero no le digas a mi madre que me has encontrado ya, deja que
toque el agua, que te cuente León, anda cuéntaselo, vamos.
Lola miraba a la niña soportando medio litro de lágrimas a punto
de brotarle del alma, todavía no le había dado un abrazo, tenía un nudo en la
garganta y un estallido emocional tan grade como aquel sol de mayo brillando en
cielo mediterráneo
-Yo de pequeño leí en el libro de mi abuela, ese que se llevaba
a misa, que dios había curado a un
hombre o que se había muerto, haría
magia y volvió a vivir. Leía también algo sobre el mar y que un hombre se
bautizó en agua salada y le salía todo bien. Entonces me puse a pensar en que
Milú no podía andar y en las cosas que se podía hacer en el mar, también que si
el agua salada de las lágrimas curan las penas, como dice mi madre, que si
la traía aquí, igual andaba. Luego fue
el programa de la gente que iba al mar Muerto a curarse y eso es todo Lola.
Lola no daba crédito a las palabras que escuchaba brotar de
aquellos labios pequeños y dulces, sinceros como la niñez, infantiles como su
dueño, fieles a sus ideas, se preguntaba el cómo podía salir la decisión de
coger a una niña meterla en la cesta de un triciclo coger las provisiones
necesarias y salir rumbo a cumplir un deseo. Lo que sí sabía era que León desde
que nació Luca, como ella la llamaba, cuidaba siempre de ella, permanecía a su
lado cuando no podía ir a la escuela, después de la merienda, la cogía en
brazos, la sentaba en el sofá del salón frente a la chimenea y veían los
dibujos de la segunda cadena.
El triciclo se llamaba Violeta como la muñeca favorita de la
niña, no era por el color, los padres del niño trataban a Miluna como si fuera
uno más de sus hijos.
-Mira hijo, entiendo que quieras mucho a Luca, que te preocupes
por ella, pero eso es cosa de sus padres. No sabes cómo está el pueblo entero,
qué dos días hemos pasado todos, sin saber dónde estabais, si os había pasado
algo, mira, tus padres están muy disgustados, todavía no saben que estoy aquí
con vosotros y que os he encontrado a
los dos, suerte que mi hermano, cuando mi madre le dijo que
estaba en casa Luca, se puso en contacto conmigo y ya ves, aquí estoy.
-Vale Lola, pero yo no quiero que el padre de Milú le vuelva a
hacer daño, que yo no seré listo del todo, pero veo las cosas que suceden con
los mayores y eso no quiero que le pase, que mis padres no nos hacen lo que a
ella y eso que es más pequeña y que deberían de cuidarla más, ella no es como
las demás niñas, es especial y si no me crees, pregúntale a mi madre, ella siempre me lo está
recordando. Oye ¿por qué hay una foto tuya en el salón de la casa de la farmacia?
-Uy es una larga historia, además de cosas de mayores, cuando
seas grande te la contaré, no te vayas a preocupar que eres muy niño para vivir
con una soga al cuello, como diría…
-Mi madre Lola, como diría mi madre.
-Pues eso y despierta ya de una vez, no siempre vivirás de tus
sueños con ella, ya despertarás y vivirás la realidad tarde o temprano.
-Uno, dos, tres, cuatro ¿a qué no me pillas, Mudito Corazón de
León?
Aquella noche despertó a Mudito la tristeza de un sueño, en el que la protagonista era la
dulce Miluna; ella podía andar, corría
por el valle al que iban por la tardes al salir de la escuela, llevaba zapatos
de charol rojos y le retaba a ganarle en velocidad. La vio feliz y libre; en
aquel sueño vivía con la tía Lola y la anciana que vestía de negro, rodeada de
cariño, mañanas de desayunos alegres, tardes de atención, paz y pan de ángel.
Siempre que miraba al cielo, se acordaba de todos los años en que fueron
compañeros, en que quiso llevarla a ver el mar y nunca se atrevió a decírselo,
por miedo a que le dijera que no.
Esa misma mañana de sábado, fue a buscar a Lola y a pedirle que
lo ayudase a planear una excursión al Mediterráneo, también se lo contó a Paco,
a quien le gustaba mucho Lola y él le dijo que irían en autobús los cuatro o le
diría a Lola que los llevase en su coche.
Así fue como Miluna Alma de Gelatina, el 13 de junio, junto a su
mejor amigo Mudito, su ángel de la guarda, la tía Lola y Paco, se bañó en el
inmenso Mar Mediterráneo, al que llegó sobre los hombros de Paco. Nunca
olvidará aquella sensación de perderse entre tantas lágrimas saladas, como ella
describía al mar, de sentir como flotaba, de como la espuma de la cresta de las
olas susurraban al pasar rozando a la piel de los cuatro personajes, pero sobre todo nunca
dejará de recordar el sentido de la amistad.