LA COSA MÁS DULCE
Imagina que tienes ya más de 20 años y te despiertas en
mitad de la noche con una pesadilla...te das cuenta de que lo era y te vuelves
a dormir como cuando tenías seis años y creías en la magia, en que los malos
siempre perdían en las pelis, en que empezaban las vacaciones de verano y eran
interminables, en que por las tardes, después de la siesta salías a la plaza
del pueblo a por un polo de hielo y te tocaba volverte a casa a beber agua,
porque solo te habían dado 50 pesetas y para agua no había.
Imagina que llegas del cole por la tarde y te espera en la
puerta tu madre con aquello que escondiste roto y se suponía que se había
perdido y resultó que ella lo encontró y además en tu habitación, al verla
sabes lo que va a pasar y sucede, claro, pero tienes a esa encantadora
personita a la que vas sin una lágrima caída y con cara de que no ha pasado
nada, se te pasó una pizca el disgusto del bofetón, pero al verla sentada en
la cocina, con esa sonrisa, ahí van un millón de lágrimas y vas corriendo a
abrazarla y sientes su olor tan particular y crees que entre esos brazos ni
pasa el tiempo ni nada te puede hacer daño.
Los brazos que te criaron, aquellos que cuando venías de
madrugada con quince años y entrabas por la ventana, te daban en los hombros
para que te apresuraras por si salía tu madre, que siempre estaba despierta
pero como ya sabía que estaría ella, seguía dormida.
La personita dulce, dulzona, que te cobijaba de las
tormentas, que cuando tenías algún desengaño te miraba y te lo curaba todo,
hasta el dolor de cabeza cuando habías estado todo el día al sol, bañándote con
tus amigos y ese día también llegabas tarde a comer y otra vez tu madre te
castigaba sin comer y te enviaba de la oreja a tu cuarto; al rato después de
oír el sonido de los cacharros de la cocina, cuando estaba todo en silencio y
uno de tus hermano ya se había pasado por tu habitación a reírse de ti, el otro
a darte un beso, oías subir las escaleras a unos pasos y luego la puerta, era
ella otra vez, que venía con la comida y a decirte que te lo comieras rápido
para que tu madre no se enterase.
La noche más feliz de tu vida, el primer beso, la alegría de
la primera bicicleta, (aunque normalmente la heredábamos de los mayores),
estaba siempre en un rincón pero lo veía todo, sentía tus emociones, cuando
te ibas de excursión con el cole, la noche antes dormía con el rosario y con
una cucharada de pasiflorine en el cuerpo, total para nada, no pegaba ojo en
toda la noche pensando en tres cosas, que el autobús se podía estrellar, que
alguien te podía raptar o que podías perderte y no te iban a encontrar nunca.
Así era la cosa más dulce, "La Yaya", el calor
humano que piensas que nunca vas a perder, que siempre va a estar allí en su
rincón esperándote llegar en silencio y abrazarte con el cariño que se da
de corazón.
Imagina que mañana te despiertas y tienes los seis años de
antes, estás en tu habitación y te despierta un rayo de sol que entra por la
ventana, hueles al desayuno de los días de verano, el olor del pan tostado y
las voces de tu madre que te llama desde la cocina, para ella que son las doce
y tan sólo son las ocho, tú de vacaciones y ella con el mismo horario que en
invierno (pobre mujer, para que digan que antes no había "estrés", al
menos en invierno nos enviaban al cole y se quedaban más tranquilas, en verano
debían tener más ansiedad de soportarnos a todos). Al bajar oyes a la vocecita
entre los gritos de tu madre y la vuelves a ver con esa sonrisa cómplice y esas
manos que ofrecen un delicioso desayuno, con ese vestido estampado y sus
zapatillas oscuras, donde estaba ella, era todo paz, todo tranquilidad, no
había nada que temer y si algo no te dejaba dormir, saltabas de la cama y
siempre tenías un rincón a su lado que era del sabor de un bálsamo que
curaba cicatrices, pesares, cuando le habías dado una pedrada en un ojo a un
gato y pensabas que habías echo algo malo, así era ella, "LA COSA MÁS
DULCE..."
Mayte Pérez (Mi primera maestra)
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