"EL COLOR DEL ALBA"
Y se acostó, sobre la
frescura de la hierba que cubría aquel inmenso valle, por el que perderse entre
recuerdos de los cinco años, cuando el alma no sabe ni de carencias, ni de
derrotas que abren heridas saladas.
Y guiada por el resplandor del sol fue cuando empezó a
soñar, a dejarse llevar, a tocar sus deseos convertidos en realidad, con forma,
con peso, con aroma a madreselva.
Y se sintió mariposa, que vuela, que se detiene,
despreocupada de ansiedades, plena en querer descubrir la belleza que guardaba
aquel lugar que daba ganas de vivir, de cerrar los ojos y descansar en plena
dicha.
Y el verde que hacía cosquillas en el hueco de su espalda,
pasó a acariciar las blanquecinas y delicadas plantas de sus pequeños pies, fue
entonces cuando sintió la dulzura de un sueño, dormido pero presente.
Y emprendió camino a la vida, a romper las paredes de
cristal que encerraban sus pequeños latidos estruendosos, a pequeños pasos con
mirada encontrada, con firmeza de la dureza del diamante tallado, con certeza
de que llegaría al encuentro deseado.
Y se sintió amplia, esparcida en gotas de rocío sobre la
simplicidad de las hojas, se sintió probando la libertad, como mecida por la
brisa que le alejaba los pies del contacto de la tierra, revoltosa libertad que
se subía a sus hombros y se le iba enredando entre los rizos que peinaban al
viento.
Y le gustaba sentir la brecha de aquel sentimiento
aventurándose a volverse alegría, esa que llena espacios, que torna en burbujas
destelleantes las ganas de crecer por
dentro, las de clamar al cielo supuestas promesas movidas con cuidado para que
no se rompan y al hacerlo, vuelen al viento del norte.
Y fue en su busca,
con la intención de volverse saciada de aquel vacío que inquietaba tan sólo 72
horas y alguna noche que pasaba velando que a él no le quemase el fuego de un
dragón y andase por un camino llano y delicioso como aquel cariño que les unía.
Y pensó en un mundo pequeño, pero apropiado para ambos, uno
de esos que a uno le gustaría vivir aunque tan sólo un instante, de esos que te
hacen significar algo más que un nombre y un par de apellidos. Y en aquel mundo
compartido no cabían ni la humedad de las lágrimas ni el grito de la ira, era
un mundo a medida que ella confeccionó de tantas batallas ganadas y de lo que
aprendió en el camino de vuelta ya.
Y se atrevió a probar de la incertidumbre a su lado, del
placer de dejar de pensar en círculos que no desembocan en mares, que se
pierden antes de llegar. De probar a andar a ciegas por el rincón de las delicias que recuerdan al
pan de ángel y a cuando alcanzamos la
punta de una estrella.
Y cuando estuvo a su lado ,simplemente le dijo “ven” y le
ofreció cubrirle del frío que se siente a pesar del verano, que viene del
interior de los huesos y ella había aprendido a calmar el suyo y le iba a
enseñar el cómo abrazar la vida, el cómo mover inquietudes, el cómo soñar
despierto con los ojos cerrados esperando que un beso se pose detrás de la
nuca, el cómo se funde la saliva de ambos y se recorre el final de donde
empieza un espacio que no se ve, pero que de ofrecerse, uno se pierde en él lo
justo para volver a querer perderse de nuevo.
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