miércoles, 24 de septiembre de 2014

"EL COLOR DEL ALBA"

 Y se acostó, sobre la frescura de la hierba que cubría aquel inmenso valle, por el que perderse entre recuerdos de los cinco años, cuando el alma no sabe ni de carencias, ni de derrotas que abren heridas saladas.
Y guiada por el resplandor del sol fue cuando empezó a soñar, a dejarse llevar, a tocar sus deseos convertidos en realidad, con forma, con peso, con aroma a madreselva.
Y se sintió mariposa, que vuela, que se detiene, despreocupada de ansiedades, plena en querer descubrir la belleza que guardaba aquel lugar que daba ganas de vivir, de cerrar los ojos y descansar en plena dicha.
Y el verde que hacía cosquillas en el hueco de su espalda, pasó a acariciar las blanquecinas y delicadas plantas de sus pequeños pies, fue entonces cuando sintió la dulzura de un sueño, dormido pero presente.
Y emprendió camino a la vida, a romper las paredes de cristal que encerraban sus pequeños latidos estruendosos, a pequeños pasos con mirada encontrada, con firmeza de la dureza del diamante tallado, con certeza de que llegaría al encuentro deseado.
Y se sintió amplia, esparcida en gotas de rocío sobre la simplicidad de las hojas, se sintió probando la libertad, como mecida por la brisa que le alejaba los pies del contacto de la tierra, revoltosa libertad que se subía a sus hombros y se le iba enredando entre los rizos que peinaban al viento.
Y le gustaba sentir la brecha de aquel sentimiento aventurándose a volverse alegría, esa que llena espacios, que torna en burbujas destelleantes  las ganas de crecer por dentro, las de clamar al cielo supuestas promesas movidas con cuidado para que no se rompan y al hacerlo, vuelen al viento del norte.
Y  fue en su busca, con la intención de volverse saciada de aquel vacío que inquietaba tan sólo 72 horas y alguna noche que pasaba velando que a él no le quemase el fuego de un dragón y andase por un camino llano y delicioso como aquel cariño que les unía.
Y pensó en un mundo pequeño, pero apropiado para ambos, uno de esos que a uno le gustaría vivir aunque tan sólo un instante, de esos que te hacen significar algo más que un nombre y un par de apellidos. Y en aquel mundo compartido no cabían ni la humedad de las lágrimas ni el grito de la ira, era un mundo a medida que ella confeccionó de tantas batallas ganadas y de lo que aprendió en el camino de vuelta ya.
Y se atrevió a probar de la incertidumbre a su lado, del placer de dejar de pensar en círculos que no desembocan en mares, que se pierden antes de llegar. De probar a andar a ciegas por  el rincón de las delicias que recuerdan al pan de ángel  y a cuando alcanzamos la punta de una estrella.

Y cuando estuvo a su lado ,simplemente le dijo “ven” y le ofreció cubrirle del frío que se siente a pesar del verano, que viene del interior de los huesos y ella había aprendido a calmar el suyo y le iba a enseñar el cómo abrazar la vida, el cómo mover inquietudes, el cómo soñar despierto con los ojos cerrados esperando que un beso se pose detrás de la nuca, el cómo se funde la saliva de ambos y se recorre el final de donde empieza un espacio que no se ve, pero que de ofrecerse, uno se pierde en él lo justo para volver a querer perderse de nuevo.

Mayte Pérez (13/06/2012)

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