Nubes grises colgaban
del cielo aquella mañana en que Olimpia se abrió paso hasta la casa de Fiura,
para ofrecerle el miedo aterrador que la consumía. Estando acostada sobre un
colchón de muelles, y despuntando el día, sintió que la punta de su corazón, se
volvió del revés. Se cubrió con una túnica beige y a sus cabellos marrones con
el velo blanco perfumado que dejaba cada noche sobre la silla de madera pintada
de verde. Salió descalza, sin prestar atención a la humedad que había sobre el
tapiz, que cada árbol del bosque había tejido con la caída de sus hojas sobre
el suelo.
Su cuerpo temblaba y su paso era firme, con la esperanza de
la felicidad de un regreso, de volver a sentir la calma entre sus manos, de nuevo, de que la
punta de su corazón volviera a su lugar, apuntando al suelo, que en aquel
momento, le pareció un infierno en llamas, a pesar de la frescura que ofrecía
el rocío de la mañana brillando sobre el paisaje, mezclado con el olor a la
naturaleza en su esencia.
Al llegar a casa de Fiura, la estaba esperando, con el calor de un abrazo, sabía que tarde o temprano, tocaría
el umbral de su espíritu ; la recibió con la intención de que se marchara dulce, sin el
peso de aquel miedo que no la dejaba pensar con la claridad que Olimpia siempre
había tenido.
En la miel de sus pupilas, se había teñido un dolor; la
incertidumbre, se olía en casa de la sabia Fiura y sus palabras calmaban a la
agitación de sus latidos y a la grieta que, de forma sutil se iba abriendo en
su camino.
Arístides, escuchó el lamento de aquel ser sensible, cuando
iba caminando en mitad del bosque aquella mañana y decidió acudir a salvar su
alma, antes de que la luna alumbrase los caminos en mitad de aquella noche del
mes de noviembre.
Olimpia se ofreció entera a Fiura, sintió el calor de sus
manos, apoyarse sobre sus muslos, nada más. Se quedó dormida y tuvo un sueño. Al despertar apretó fuerte
las telas sobre las que pesaba su cuerpo y pidió que a la vida que se le estaba
arrancando de las entrañas, le acompañase el olvido, para calmar la profundidad
de aquella pérdida.
Antes de que llegase Arístides a casa de Fiura, en busca de
los brazos de Olimpia, pudo ver salir por la ventana a un jirón de piel y a la
memoria de Olimpia, dentro de una pecera con vistas a la delicia de un futuro
teñido de rosa, variado como las herramientas de un pintor frente al proyecto
de su obra maestra con sabor a gloria....
(20/11/2013)
(20/11/2013)
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