viernes, 17 de octubre de 2014

AMARILLAS
Anoche, al entrar en el país de los sueños, desperté al sentir la frescura del agua del Atlántico, rozar las plantas de mis pies. Estaba a orillas de la playa, detrás aquella casa, que parecía tener vida propia, viendo como le sobrevolaban las esponjosas nubes, y el viento le peinaba la cúpula que escondía mil maravillas, esperando a ser descubiertas por el ser humano, a ser reflejadas en el espejo de las pupilas inquietas en busca de belleza.
Miré al horizonte y a lo lejos, un barco de madera, se dejaba llevar entre las olas y la espuma burbujeante; buscaba peces de colores y le pedía al viento caricias, más que alimento que pesara en sus redes.
Mis hombros desnudos, recibían el reflejo del sol temprano, me abracé a mis rodillas y apoyada en ellas, sonreí, sabía que somos libres al soñar, que no hay nada que temer, cuando se espera al destino, tanto despierto como dormido.
Cerré mis ojos, abrí mis pulmones, tendí el alma al sol, puse mi cuerpo a la deriva de la razón y fue entonces cuando me sorprendió aquella criatura con botas amarillas y una lupa, en busca de dulces, abrazos, ternura, sueños latentes, juegos, cuentos, regaliz, caramelos de limón y menta…
Estaba tan lejos de mí, como lo están marzo y septiembre, sin embargo, sus risas se escuchaban tan cerca como el latido del propio corazón, daba saltos con una sola pierna, vueltas y vueltas, no dejaba de reír y de ir en busca de caracolas a orillas de la playa, de vez en cuando, se acercaba y retaba a las olas, siempre ganaba.
Me gustaba que aquella pequeña niña, formara parte de mi sueño, estaba conmigo, lejos, pero a mi lado. El color de sus cabellos morenos, ofrecían a la vista, reflejados por el sol, un pigmento cobrizo, que me recordaba al color de una calabaza recién salida de las garras del horno; su locura era infinita, su alegría interminable, sus ganas de jugar siempre, sus conversaciones locas al viento del norte, se escuchaban en el mundo entero.
Seguía enganchada a todos sus movimientos, sentía algo dentro de mí, que si se llamaba de alguna forma, debía ser algo así como PAZ, dejé de pensar en mi historia y entré en su mundo, cuando sentí el calor de sus pequeñas manos venir a por mi curiosidad de conocerla.
Sus pupilas eran color miel de azahar, se mezclaron con las mías, la piel le olía dulce; no dejaba de mirarme, y yo al ver aquella expresión en su rostro, quise abrazarla tan fuerte como a la vida. Fue ella, quien me abrió los brazos y entró en mi corazón, me mostró el suyo y me ató a sus ganas de jugar, a su niñez. Llevaba aquella lupa en la mano que sacó de una de sus botas amarillas, me recordaba a Mudito Corazón de León, y a todas aquellas tardes que pasamos juntos arriba de los árboles mirando como las nubes se perdían en el azul del cielo.
Me cogió las manos y nos fuimos juntas hasta la entrada de la casa; al llegar abrió la reja y me invitó a sentarme sobre el césped que cubría aquel inmenso jardín que la rodeaba, quería sentir al rocío de la mañana acariciar mi espalda, se sentó a mi lado y justo cuando se abrazó a mi cintura y se durmió escuchando un cuento que escribí para ella, desperté de aquel inolvidable sueño y sigo creyendo en soñar…

Mayte Pérez

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